El Defensor del Pueblo

La renovación del Defensor del Pueblo es uno de los objetivos que se plantean los socialistas para el nuevo curso político, a la espera de un acuerdo con otros grupos parlamentarios, entre los que el PP es llave para el nombramiento. El relevo del socialista Enrique Múgica, que ocupó el puesto entre los años 2000 y 2010, se presenta cuando menos divertido en términos políticos: un socialista que aspira al cargo, Francisco Vázquez, tiene más apoyo en el PP que en su propio partido.

Todo tiene su historia. Vázquez, siendo alcalde de A Coruña, coqueteó lo indecible con Fraga y también con Aznar, al que brindó incluso su propio palacio municipal para un consejo de ministros en plena crisis del Prestige. Zapatero y los suyos, entonces en la oposición, tomaron buena nota de aquella provocación que también irritó a la izquierda en Galicia y que venía a sumarse a un sinfín de arrogantes declaraciones del entonces alcalde poco o nada en línea con los valores sociales y políticos que defendía Zapatero. Los escándalos de Vázquez descubiertos por el diario La Opinión aceleraron su marcha, que tuvo premio de consolación: embajador ante el Vaticano, más cerca del Papa que de los nietos de Pablo Iglesias.

Ahora que en Roma las cosas también tocan a su fin, Vázquez busca acomodo en España y vio a tiro la vacante del Defensor del Pueblo. Pero se ha encontrado con que en el PSOE, partido donde ocupó el ala más españolista junto a Bono e Ibarra, se ha producido un fuerte rechazo de las mujeres, que recuerdan las posiciones reaccionarias de Vázquez ante derechos como el del aborto. El PP apoyará a Vázquez, tanto porque le gustan sus ideas conservadoras como porque así fastidia a Zapatero, que se ve en fuera de juego y no sabe muy bien qué hacer. Personalmente no le apetece nada nombrar a su viejo adversario, pero políticamente cualquiera sabe lo que termina haciendo.