Dado que la Huelga General de mañana pudiera no ser, a tenor de las muchas resistencias a secundarla, demasiado general, cabe suponer que sí lo sería si fuera, no más que por imperativo de su propio enunciado, una Huelga Contra Todo en General. Motivos hay sobrados, pero es que, encima, al ser su espectro amplísimo, malo sería que muchos de los hoy renuentes no hallaran en él la necesaria identificación. O dicho con otras palabras: si esta huelga de mañana fuera, en vez de una cosa vaga, rara, indefinida, pusilánime y tardía, una huelga contra todo aquello que ha conspirado contra los trabajadores, contra sus derechos, sus conquistas y su dignidad hasta forzar la traición de
Zapatero a los principios más elementales no ya de la izquierda, sino de la justicia social, holgaría reivindicativamente casi todo el mundo, y hasta la mayor parte de los servicios mínimos del transporte holgarían, por la escasa demanda, también. Sólo una Huelga Contra Todo en General podría transformarse
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mañana en una verdadera Huelga General.
Una huelga enfocada así, de airada protesta contra la chusma dineraria que nos ha conducido a la bancarrota y al paro masivo, podría hacerse también contra los propios sindicatos, que con su agiornamiento, su pasividad y su cooperación necesaria han permitido que las cosas, las cosas lesivas para el común, llegaran tan lejos. Podría hacerse la huelga, incluso, contra nosotros mismos, contra la docilidad ovina, la insolidaridad, la miopía y la codicia que han facilitado a los
Díaz Ferranes de la vida salirse con la suya.
Ahora bien, tan cierto como ésto es que la huelga es la única herramienta de que disponen los trabajadores para defender sus derechos, y en verdad pertinente cuando, como ahora, han sido laminados muchos de ellos y se amenaza con menoscabar el resto. Siendo esto así, que los contrarios a la huelga de mañana no invoquen tanto el derecho al trabajo, pues es precisamente la huelga de mañana la que viene, bien que en plan algo chapuza, a defenderlo.
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