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Camino del Rocío (4)

El domingo en la aldea

El domingo en la aldea

domingo 27 de mayo de 2007, 16:34h
Tú le rezaste una Salve, cantaste por sevillanas y después, con alegría, otra vez regreso a casa, otra vez a convivir hasta que fue madrugada, a orar ante el Simpecado mientras preparas las  varas que llevarán los romeros, hoy domingo, en la mañana, a esa Misa que el obispo ha oficiado en la explanada, allí mismo, junto a Ella, sintiéndola tan cercana que hasta puedes ver su imagen apareciendo entre ramas.
Que estallen cien mil cohetes, que su sonido se expanda hacia todos los rincones de Andalucía la Baja, llevando la buena nueva a la gente mariana de que se acerca la hora por todos más deseada.
 
Mientras, has de regresar otra vez a esos terrenos donde te hiciste tu casa, donde en una gran familia se van a unir los romeros, los que hicieron el camino y esos que han ido acudiendo poco a poco para, juntos, esperar el gran momento.
 
Todos unidos a una la alegría compartiendo como comparten el pan, como comparten el vino y también los alimentos, los cantes y los suspiros, quién sabe si algún lamento porque no está algún amigo que este año quedó lejos. Todos viven el domingo dando prueba al mundo entero de que esperando a la Virgen hay de convivencia ejemplo.
 
Tarde y noche se hacen largas hasta que al fin hay cohetes que al Santo Rosario llaman, que te llevan a orar juntos, aunque en dirección contraria a la que te están llamando los deseos de tu alma, porque sabes que en la ermita ya la gente se ha hecho masa por poder ser los primeros en llegar hasta sus andas, para sacarla temprano, entre sonar de campanas, aunque falten muchas horas para las luces del alba.
 
Pero tú vas a rezar, que también eso es llevarla, aunque del alma partida una promesa le lanzas:
 
Yo mañana he de llegar a tocar en tus varales,
aunque reciba empujones, aunque la gente me aplaste,
porque he de llegar a Ti, porque he de saciar el hambre
que siempre tengo ese lunes de conseguir acercarme
para decirte bajito que otra vez me tienes, Madre,
rendido ante tus encantos mientras en mi pecho arde
un amor como no hay otro, un cariño inigualable,
un fervor apasionado que me corre por la sangre,
que inunda todo mi cuerpo cuando llego a tus varales
y Tú me tiendes los brazos y me dejas abrazarte.
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