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Carta a Mario Vargas Llosa

Carta a Mario Vargas Llosa

jueves 28 de octubre de 2010, 18:11h

Admirado Mario: Como presagiaba su romano nombre, la gloria, por fin, ha ido a su encuentro.

Espero, expectante, su discurso en Estocolmo. Del mismo estarán pendientes muchos espíritus y no sólo de la república de las letras. Es ello, junto a la ingente admiración que le profeso como literato, lo que motiva estas líneas. Tal discurso no dudo igualará en belleza al de su hermano de letras Pablo Neruda, para mí uno de los mejores jamás dichos.

Quizás usted, como él, rememore vivencias de infancia y juventud. No creo que se pueda vivir uno de los momentos más álgidos y señeros de una existencia sin dicha mirada retrospectiva. Y quizás haya en la misma un espacio para la Barcelona de su primera madurez. De ser así, y en tributo a aquellos años que me consta le fueron entrañables (ático del carrer d’Osio, redacción de Pantaleón y las visitadoras, nacimiento de su hija Morgana, encuentros literarios en el restaurant La Font dels Ocellets, encierro de protesta en Montserrat, etc., etc.), le ruego un ejercicio de ecuanimidad -fácil, sin duda, para usted- respecto a un doloroso tema que me conturba, desazona y entristece.

Yo, como usted, amo mi lengua con fervor. Y así la cultivo aunque con la tosquedad del pedestre y lejos, por tanto, de su excelsitud. Sin embargo, puede que el amor por mi lengua no sea inferior al suyo hacia el español, idioma, por lo demás, aunque no propio, también entrañable para mí en cuanto riquísima lengua en la que nunca se pone el sol. Escribo en catalán, como usted lo hace en español, porque, pese a su conocimiento del inglés, bien sabe usted que su tan potente flujo sanguíneo tendría menor caudal en el idioma de Shakespeare.

Pues bien, en cuanto hombre entregado a su lengua desde la médula al espíritu, ha de ser depositario, ineluctablemente, de una sensibilidad sólo parangonable con el arte del que es fruto.

Según la prensa, en su primera conferencia en Princenton tras la obtención del premio Nobel de literatura, afirmó usted que "el nacionalismo cultural es siempre una negación de las culturas democráticas, abiertas", lo que entronca con otros juicios de valor a tenor de los cuáles también asevera que " el nacionalismo es una catástrofe para cualquier país en cualquier circunstancia; no hay valor alguno en el nacionalismo".

Creo modestamente que yerra al homogeneizar todos los nacionalismos, igualándolos en su desvalor sin distingo alguno. Chomsky, su colega docente del MIT, asimismo gran amante de las lenguas, formula, desde la autoridad que le confiere ser el científico y humanista vivo más citado del mundo, la fundamental división entre nacionalismos ofensivos y nacionalismos defensivos. Pertenecen estos últimos a una categoría política y moral antagónica de los primeros, los cuales, zafios, alicortos y devastadores, son fácilmente reconocibles en cuanto, de corte fascistizante, suelen abrir vías hacia el horror de la xenofobia, la intolerancia y la exclusión social, cultural y de todo tipo. De ahí que, en el caso catalán, -extensible a otros, por supuesto-, reconocida en plenitud la condición nacional de Catalunya, resultara aberrante, por definición, la pervivencia de cualquier opción nacionalista, la cual, adulterando su sentido inicial, perseguiría ya tan sólo los fines espurios inherentes a los referidos nacionalismos ofensivos.

Coincido, pues, con usted en que la perversión de estos últimos es irrefutable, por lo que debo entender que sólo a tales nacionalismos se referían sus certeras observaciones.

En definitiva, su amor hacia la lengua -hacia todas las lenguas- estoy seguro que propiciará la referida y esencial matización tocante a la tipología de los nacionalismo. Una buena parte de Catalunya se juega en ello su lengua, ya que enseña la historia que ningún idioma puede sobrevivir sin su previo y pleno marco nacional del cual, sin dicha aclaración, podría interpretarse que usted abomina.

En cambio, formulando de algún modo el expresado distingo contribuirá, desde la universal tribuna a la que con tanto merecimiento subirá en breve, al salvamento de una lengua de trayectoria y vocación históricas también universales -bien lo sabe usted con su ejemplar estudio del Tirant Lo Blanc- ; una lengua que está entre las diez más habladas de la Unión Europea y las quince más traducidas del mundo.

Confiando en ello y reiterando mi emocionada enhorabuena por su tan justo y máximo galardón, le saluda atentamente.

Ponç Feliu

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