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Políticos de ayer y de hoy

Políticos de ayer y de hoy

viernes 19 de noviembre de 2010, 07:39h
    No se trata de pescar en el río revuelto de la confusión parlamentaria, pero en esta semana que termina, y tras los debates en ambas Cámaras que tuvieron como asuntos principales la crisis económica y el desgraciado lío montado en el Sahara, cualquier español con un gramo de memoria puede decir que nuestra clase política ha empeorado. Que cada día es más débil, que en cada sesión maneja peor sus argumentos, que los líderes de hoy  (salvo las excepciones que cada uno quiera sugerir…) son mucho más flojos de coraje y de entendederas que los políticos de la Transición: Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Felipe González, Manuel Fraga, Tierno Galván, Jordi Pujol, Miguel Roca, etcétera.

    Hace dos días, en la clausura de unas jornadas sobre Economía Sostenible, Manuel Conthe,  ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, puso el dedo en la llaga, y dijo en su discurso:

     “En España venimos sufriendo desde mediados de los años noventa  (desde hace quince años…) un grave deterioro de la calidad de las instituciones públicas, como resultado de varios fenómenos: la invasión de las instituciones por los partidos políticos, el desarrollo del Estado de las Autonomías, y el abandono de la política por parte de los profesionales de prestigio”.

     Y concluye denunciando “la pérdida de atractivo intelectual que tuvo la actividad política durante la etapa de la Transición”.

     Algo habrá que hacer, amigos, para que ese prestigio de la política se recupere, porque nos va en ello la recuperación económica, el rearme social y el futuro. La Política (con mayúsculas), entendida como acción a favor de los ciudadanos, es demasiado seria como para dejarla en manos de advenedizos cuyo único mérito es la adhesión inquebrantable a las siglas de uno u otro partido político. Añadamos que, según otro informe, los españoles se dividen, ante la crisis, en cuatro grupos: los conformistas, los 'esnobs', los pasotas y las víctimas.

     Todo demasiado frívolo y falto de seriedad en un país con 4 millones de parados y sin un verdadero liderazgo moral. Y donde las neuronas de los pícaros, bajo el paraguas partidista, cotizan más alto que el cerebro de los inteligentes, que suelen dudar y pensárselo dos veces antes de hablar.


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