martes 07 de diciembre de 2010, 12:08h
A Bibiana Aído, la primera ministra de Igualdad del gobierno Zapatero -posteriormente degradada a secretaria de Estado del área-, se le atribuirá en los futuros tratados de Biología el hecho de haber inaugurado una nueva etapa en la historia de la materia al afirmar públicamente aquello de que un feto de 13 semanas es “un ser vivo” y refrendar después su afirmación con otra -no sé si mas provocadora, osada o torpe- al añadir que de “lo que no podemos hablar es de un ser humano porque eso no tiene ninguna base científica".
Quien esto escribe no es científico, como tampoco lo es Bibiana Aído y, por tanto, prefiere dejar esto bien sentado desde el principio: No pretendo basar mis argumentaciones en una materia que no conozco mucho más allá de la instrucción básica que proporcionó a todos los jóvenes de los 70 del siglo pasado ese buen bachillerato cursado en aquellos lejanísimos tiempos en que aún estaba vigente el último Plan Educativo de España digno de ese nombre, el de 1957. Prefiero, sin embargo, echar mano de otra disciplina que también se abordaba entonces, la Lógica, que aprendíamos como parte inseparable de otra más amplia que era la que realmente daba nombre a ese campo del saber, o sea, la Filosofía.
La pregunta clave a la que la ex ministra pretendía dar respuesta es ésta: ¿cuándo comienza realmente la vida humana? ¿Desde cuándo puede hablarse en propiedad de que existe un ser humano distinto a los dos que lo han concebido? Para ayudar al común de los mortales a encontrar la respuesta a estas dos preguntas, y en pleno debate de la que luego fue Ley de interrupción voluntaria del embarazo, un grupo de científicos, mediado el 2009, quiso arrojar algo de luz sobre el asunto lanzando un manifiesto - la llamada “Declaración de Madrid”- con el ánimo de “salir al paso de la utilización ideológica y partidista de la Ciencia y la investigación científica en relación al debate suscitado. Para este grupo de profesores, investigadores e intelectuales, existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación desde el punto de vista de la Genética, la Biología Celular y la Embriología.
Para otro grupo bien distinto -y también integrado por profesores, investigadores e intelectuales-, sin embargo, “la ciencia sólo puede clarificar características funcionales determinadas, pero no puede afirmar o negar si esas características confieren al embrión la condición de ser humano”.
Ante esta disyuntiva, no hay más remedio que echar mano de la lógica y a la pregunta de si un feto no es un ser humano, será de alguna especie. ¿De cuál? La respuesta es obvia: Si lo produce una pareja de seres humanos, lógicamente no puede ser de otra que de la especie humana.
Sin entrar en las mil y una consideraciones acerca de la libertad de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo (también del de su hijo), del drama o no drama que supone esa decisión para la mujer, de sus consecuencias psicológicas, de la libertad de conciencia del personal sanitario para intervenir o no en estos casos, de las consecuencias legales para unos y otros, y tantas y tantas otras aristas del tema, no pretendo más que huir del eufemismo y llamar a las cosas por su nombre. Y, si la ciencia no transita por el mismo camino a la hora de definirse frente al aborto, la lógica es inapelable: Un aborto no es sólo la “interrupción voluntaria del embarazo” sino un acto de “interrupción de una vida humana”.