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Superalfredo y el aforismo del tuerto

martes 07 de diciembre de 2010, 18:21h
Uno de los aforismos, posiblemente de origen chino, más conocidos afirma que "en el paìs de los ciegos, el tuerto es rey". Bueno, pues cada día estoy más convencido de que Superalfredo, también conocido como Pérez Rubalcaba, es simplemente un tuerto en el país de los ciegos gobernado por el mayor invidente que es Rodríguez Zapatero. Ni más, ni menos, lo que, dado el panorama político en el que nos movemos, es todo un éxito. Muchos de mis conocidos, algunos de ellos políticos en ejercicio y dirigentes del PSOE, señalan a Alfredo Pérez Rubalcaba como el gran gurú de la política española, el mago que saca de la chistera soluciones que sus compañeros no ven ni se imaginan, incluso llegan a afirmar que es el político de más talla que ha dado la democracia. Menos lobos, caperucita.

Tampoco es para tanto. Si hay que reconocerle algo a Superalfredo es que es un gran estratega que conoce a la perfección los resortes internos del socialismo español, que maneja a la perfección los "tiempos" políticos y su total falta de escrúpulos a la hora de utilizar cualquier medio para lograr sus objetivos. Lo que decía "el príncipe" de Maquiavelo, "el fin justifica los medios", todos los medios, entren o no dentro de la lógica democrática y de la legalidad constitucional. La "alfredofilia" o la "alfredofobia" -tanto monta, monta tanto- llega a tal extremo que el último rumor sobre la huelga de controladores y el caos aéreo del puente afirma que lo formó conscientemente Pérez Rubalcaba para evitar que ese fin de semana se hablara de la crisis (España estaba en la picota de la posible intervención europea) y del decreto de la retirada de los 420 euros a los parados de larga duración, tachado por algunos dirigentes autonómicos socialistas como "la puntilla" al descalabro electoral del PSOE. Afirman que hubo una dura y más que tensa discusión entre el vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba y el ministro de Fomento, José Blanco (Zapatero, como es habitual en él cuando hay que tomar una decisión importante, se quedó al margen) para que la huelga de controladores solapara el cabreo de los miles de parados que han sido abandonados a su suerte. El problema fue que lo de los controladores se les fue de las manos y lo que el Gobierno pensaba que iba a ser una mera amenaza o, en el peor de los casos, una huelga encubierta de un par de horas, acabó con el mayor caos aeroportuario de la democracia y el tener que acudir por primera vez al preocupante "estado de alarma" como única forma de poner fin al desastre. No sé si es verdad o es sólo un bulo de sus enemigos, pero tiene toda la pinta de que el decreto sobre los controladores aéreos aprobado el viernes podría tratarse de una de las ya clásicas "rubalcabadas".

Aquí abajo, en Andalucía, uno está acostumbrado a estas formas de gobernar después de casi cuarenta años de hegemonía socialista en la Junta. El Rubalcaba andaluz tenía también nombres y apellidos. Se llamaba, se llama, Gaspar Zarrías Arévalo y su ausencia se deja notar, pese a que desde Madrid sigue de cerca los desafortunados aconteceres y meteduras de pata de Pepe Griñán y de sus consejeros. Los presidentes a los que "sirvió" y de los que se sirvió, José Rodríguez de la Borbolla y Manuel Chaves González, no fueron sino meros peones de su hábil estrategia de control. Por sus manos han pasado desde las crisis del Gobierno a las listas electorales y, desde los cientos de ojos repartidos por todo el territorio andaluz, desde Despeñaperros a Tarifa y desde Ayamonte al Cabo de Gata, nada escapaba a su férreo control.

Si Pepe Griñán quiere tener alguna oportunidad de ganar las próximas elecciones autonómicas del 2012, más le vale que le pida a su "amigo" Manolo Chaves, que le envíe cuanto antes al secretario de Estado de Cooperación Territorial a Sevilla. Es una pena que se desperdicie en Madrid, en un puesto secundario, al Rubalcaba andaluz. Superzarrías es también el tuerto en una Junta de Andalucía en la que Griñán no sólo está ciego, sino que, además, vive permanéntemente en un mundo de sueños particulares. Vamos, en Babia.


Andalucía Crítica
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