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345

lunes 04 de abril de 2011, 08:09h
                El presidente Zapatero ha anunciado que no se presentará. Antes de él lo hicieron y lo consiguieron los presidentes Aznar, Calvo Sotelo y Suárez. El presidente González lo intentó en 1992 y se lo comunicó al rey y al PSOE pero no le dejaron como bien detalla Raúl Heras en su columna.                 En nuestro sistema político, muy deficiente en la participación ciudadana, los votantes elegimos entre distintas opciones políticas, es decir, entre partidos, no entre personas. Esta sevicia provoca dos taras que nos desangran socialmente: los políticos mediocres y los políticos de granja. Al no importar la persona sino el partido al que pertenece, se crea la ilusión de que cualquiera puede ser gobernante. En sí es una idea deliciosa porque tiene un aura de igualdad democrática que nos complace, pero es una falacia.                 Los partidos acaban convirtiéndose en granjas donde los políticos son plantados de chiquititos, se les riega con sectarismo barato, se les abona con rabia hacia el contrario y se les cosecha cuando la obediencia es su credo y el sueldito del carguito su único ingreso. (Pajín, Cospedal, Rosa Díez, Camps, Egibar…, todos sin historial ni sustento más allá de la política). El resultado es que los más preparados o huyen de la política (de los partidos en realidad) o se les asesina en la carrera interna: los buenos siempre tienen otras opciones fuera de la reyerta partidaria.                 Cuando votamos, pues, no elegimos personas capaces, solo unas siglas las represente quien las represente lo cual resulta poco inteligente: los avances de la humanidad los hacen personas, no ideologías. Y para acabar de alejarnos de la democracia, elegimos solamente al poder legislativo, senadores y diputados. Luego ellos, como si nosotros no pudiéramos o no supiéramos, eligen al presidente del gobierno –poder ejecutivo-, al gobierno de los jueces (CGPJ) y al Tribunal Constitucional –poder judicial-, así que todo se reduce a votar una vez cada 4 años y, voilá, el estado aparece construido como por ensalmo.                 El problema es que al enfrentar ideologías en vez de a personas con proyectos concretos acabamos enfrentando a una parte de la sociedad contra la otra, las dos Españas. A ellos, la casta inmarcesible, les viene bien que sigamos en la inopia, pero al país y a nuestros hijos no.                 Vuelvo al inicio: el presidente Zapatero ha anunciado que no repetirá como cabeza de cartel. En un sistema de partidos, ¿importa? No, en absoluto. El PSOE tendrá que decidir quién será el próximo cartel: en nuestro disparatado sistema hemos llegado al acuerdo sin sustento jurídico alguno de que quien encabeza la lista en Madrid por el partido más votado será presidente del gobierno.                 Si Zapatero no controlara el aparatchik de su partido –igual que Rajoy el del suyo-, ante un anuncio como el del sábado el PSOE habría provocado la dimisión de JLRZ y le habría sustituido por otra persona, tal como hizo la UCD con el presidente Suárez en 1981.                 Y una vez he dinamitado el sistema, vayamos a por el número con que titulo la columna de hoy: 345. Son los días que van desde el 2 de abril, día del anuncio, al 9 de marzo de 2012 en que se cumple la legislatura. Son los últimos que este hombre pasará en la Moncloa y hay en ellos un aura magnífica que da vértigo: durante cada uno de ellos este hombre tendrá la capacidad de hacer más bien que la mayoría de nosotros en toda nuestra vida. No se me malinterprete: no digo que el presidente Zapatero sea o no bondadoso, lo que digo es que cualquier presidente tiene esa capacidad para hacer bien las cosas por el país, mas en este caso hay la peculiaridad de que haber renunciado al futuro político ha supuesto cortar muchas de las ataduras con su partido y, por ende, con el poder legislativo. En otras palabras y por raro que suene, es la primera vez en nuestra historia que el poder ejecutivo está desligado del legislativo en el sentido en que Montesquieu lo definió. No ha pasado nunca antes en España y, me temo, tardará en volver a pasar. Ahora solo espero que este hombre, solo ante su propia decisión y dirigiendo el peor gobierno posible en las peores circunstancias posibles, aproveche todos y cada uno de esos 345 días para mejorar nuestra nación y ojalá también nuestro pésimo sistema político. Entre tanto y sabiendo que para él el telón ya está cayendo, procuraré entender sus decisiones ejecutivas.
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