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La transición en Marruecos y nosotros

miércoles 13 de abril de 2011, 09:51h
Lo que ocurra en el futuro inmediato en Marruecos afectará sin duda a España. ” La cuestión de Marruecos desde el punto de vista español”, a la que el diputado Gabriel Maura Gamazo dedicara un libro publicado un año antes de la Conferencia de Algeciras, ha sido una constante de la historia de España desde mucho antes de que España y Marruecos fueran estados. La cuestión de España o de Al Andalus ha sido también una constante de la historia de Marruecos, que se forjó como nación en lucha contra España y en menor medida Portugal. La revolución que se ha extendido por todo el mundo árabe desde principios de 2011 ha alcanzado a Marruecos aunque por razones crípticas  el gobierno español y la Unión Europea intentan presentar como diferente.  La UE trata de no recordar que un país que ha logrado un estatuto avanzado en su relación con Europa pueda ser objeto de una revolución que pone en tela de juicio el discurso oficial que le hizo acreedor a este estatuto. El relato oficial español se limita a repetir el discurso oficial marroquí sobre la excepcionalidad del caso de Marruecos aunque el gobierno marroquí por el momento no le incluye en la ronda de explicaciones que ofrece en Washington, París o Londres para defender su excepcionalidad. En realidad Marruecos tal vez sea una excepción, aunque solo porque la monarquía marroquí ha demostrado poseer tantos recursos y tanta capacidad de maniobra que puede que una vez más evite una revolución que solo se propone equiparar al país con las democracias modernas. En las dos últimas décadas España ha intentado “vender” a Marruecos dos ejemplos españoles que le serían útiles para dos problemas marroquíes centrales: el estatuto de la monarquía en en una eventual transición, y cómo salir del callejón sin salida internacional en que aparentemente se encuentra el conflicto por el territorio del Sahara occidental. Sobre el modelo de transición española los marroquíes dijeron desde el principio que preferían una transición original marroquí. En cuanto a la estructura administrativa y territorial, ya Hassán II decía que prefería el modelo de los länders alemanes o el de los cantones suizos al de las costosas y burocráticas diecisiete autonomías españolas. Aunque no los conocemos bien porque en parte los discursos oficiales lo impiden, lo cierto es que los debates entre marroquíes sobre el futuro de su país son probablemente los más interesantes que tienen lugar en todo el mundo árabe. Me refiero a los debates de los jóvenes de la revolución, no a esos otros  balizados en su temática y en su alcance que promueve el régimen marroquí sobre sus propias ideas de cómo y hasta dónde reformar la Constitución, y hasta qué grado descentralizar el poder en Marruecos. Como en cualquier otra transición política la legitimidad de las fuerzas políticas que la discuten es esencial. Desde los tiempos de Hassán II a la monarquía marroquí no cómo institución que no parece estar en cuestión, sino en sus circunstancias, la legitiman unos partidos políticos tradicionales todos ellos en el presente como en el pasado  cooptados por la monarquía según los momentos políticos. Cortados de la ciudadanía y con unos dirigentes que han ganado en edad, en masa corporal y en riqueza, los políticos marroquíes han perdido predicamento entre la ciudadanía y sobre todo entre los jóvenes para los cuales no parecen contar. Para la monarquía si cuentan porque su supuesta especificidad   la legitiman a su vez esos partidos políticos que aceptan jugar el juego que la institución impone a cambio de ser considerados interlocutores válidos. En el discurso de los jóvenes que liderarán el próximo Marruecos, si es que de verdad llega, el modelo de monarquía que les interesa es el  de los países escandinavos que para ellos están mejor organizados y gobernados, más limpiamente administrados, y son socialmente más solidarios. Esos jóvenes marroquíes ya no son los que libraron batalla en los años de plomo contra el rey Hassan II y fueron duramente reprimidos, torturados e incluso asesinados. Aquellos jóvenes, hoy cincuentones y sesentones, se han autocriticado, al igual que Hassán II de forma póstuma, y han reconocido el infantilismo y la inadecuación para Marruecos de aquellas revoluciones maoísta, hochiminista o marxista-leninista que pretendían imitar. Los jóvenes de la revolución actual son diplomados universitarios en su mayoría, unos empresarios o administradores exitosos, y otros en paro, pero todos animados del deseo de vivir en democracia y estado de derecho, y de disponer de igualdad de oportunidades en la difícil lucha por la existencia y bienestar de ellos y de sus familias. Entre esas nuevas fuerzas destaca la enorme capacidad movilizadora de la sociedad de los grandes grupos que llamamos islamistas como Justicia y Caridad (Al adl ual Ihsan), al cual el régimen ni siquiera reconoce aunque tolera y otros más, bereberes o laicos. A todos une el deseo de vivir en democracia que puede que no signifique lo mismo para islamistas y laicos. Todos ellos han recordado en estas últimas semanas que la monarquía marroquí  a la independencia era relativamente pobre y que en la actualidad figura entre las grandes fortunas del mundo. Algunos como los de Al Adl ual Ihsan incluso pretenden, como los egipcios o los tunecinos con respecto a sus presidentes, que la familia real devuelva al país todo aquello que entienden que no ha podido ganar por medios moralmente lícitos.Dicen todos que la monarquía no puede seguir con un palacio en cada ciudad del país a su disposición y mantenido por el presupuesto del estado. Que el campo, ese campo llamado defensor del trono desde que el intelectual francés Remy Leveau acuñara la expresión en 1976, no pague impuestos porque Hassán II, él mismo uno de los mayores terratenientes de Marruecos, lo exoneró con el pretexto de protegerle de los años climatológicos malos. El estado pierde ingresos, pero los gana el rey.  Tampoco se conforman los jóvenes con que la Monarquía misma y los más próximos amigos del rey sigan en el poder y al mismo tiempo sean hombres de negocios privilegiados por su función. En definitiva, que quieren un rey que reine, que no gobierne, y que lleve un tren de vida más modesto. El futuro dirá si eso es posible en Marruecos. Otros artículos de este autor: Las transiciones árabes y los dividendos de la paz y de la guerra Mundo árabe, pros y contras de la revolución Marruecos:  La reforma constitucional en el centro del debate. (y 2) Egipto: islamistas, reformistas, liberales e izquierdistas (y 2) Egipto: Preparando la transición (1 de 2) Túnez: los muertos no volverán a votar La revolución árabe se generaliza: ¿ayuda a todos o ayuda selectiva? 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