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Opinión: Gabriel Elorriaga F.

¿Quo Vadis Mariano?

¿Quo Vadis Mariano?

lunes 25 de abril de 2011, 19:33h
¿Quo Vadis Rajoy? Pregunta que se hacen muchos potenciales votantes del Partido Popular, incómodos de ver las listas contaminadas de sospechosos en relación con una trama corrupta. No porque ignoren que peores habas se cuecen en otros pucheros, ni porque desconozcan la presunción de inocencia, sino porque piensan que se desperdicia la superioridad de un código de ética más riguroso para regenerar una vida política maloliente. Tampoco entienden que se insinúen condescendencias para privilegiar una autonomía cuando es evidente la necesidad de reestructurar el Estado y fortalecer el mercado único frente al despilfarro y las desigualdades. Ni la tibia distancia con las víctimas del terrorismo con una ausencia fría cuando otros representantes del mismo partido están presentes. Ni que se de el visto bueno sin serias objeciones a la implicación activa y prorrogada en una guerra confusa en beneficio de una facción rebelde que ni se sabe quién son ni qué harían si fuesen capaces de ganar. Ni que permanezca de incógnito el equipo de un futuro gobierno ni su programa concreto para salir de una crisis. Ni porque se deja esfumarse sin protagonismo al diputado número dos en la lista anterior, habiendo sido el que mejor diagnosticó la mala gestión económica y las medidas para paliarla. Ni por qué no se consideró la candidatura de un ex secretario general de su partido con tirón en su tierra para hacer sitio a una concejala sin nombre. Con los muy buenos pronósticos que tiene el Partido Popular para las próximas elecciones en el nivel territorial resulta difícil entender por qué se mantienen estas nieblas para el posterior nivel nacional. Se puede contestar con el argumento cansino de que conviene la táctica más fácil para llegar sin sobresaltos a La Moncloa: esperar a la autodestrucción del adversario por sus propios errores sin arriesgar nada que sea discutible por unos o por otros. Evitar conflictos embarazosos en casa y no moverse fuera más de lo imprescindible. Sumarse a las decisiones de apariencia políticamente correcta sin escandalizar a los beatos del misil humanitario y las negociaciones en la sombra. No desilusionar antes de tiempo a los colaboradores con que hoy se cuenta o a aquellos otros con que no se va a contar mañana. No alimentar ídolos que puedan subirse a ciertas barbas, por útil que fuese su compañía. Son tácticas astutas y ramplonas para las que no era necesario el brillo de un partido que es la única alternativa viable para salir de la pesadilla socialista. Razones egoístas que no añaden sino que restan al prestigio del propio partido. Razones inválidas para un debate abierto o una democracia interna, que no tienen en cuenta lo que pueden hacer los otros, forzados por sus circunstancias agónicas a cambiar de cara o caretas. Razones que olvidan que, cuando soplan vientos de renovación es temerario quedarse quieto.
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