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Cachos y trastornos

Cachos y trastornos

miércoles 22 de junio de 2011, 18:14h
El país, definitivamente, se está llevando por los cachos al régimen Imaginó alguna vez Hugo Chávez que su impelable viaje de cada cuanto tiempo a visitar los escasos amigos que aún le quedan iba a tener que hacerlo en muletas? Posiblemente no. Quizás resonándole en los oídos aquello de "si la naturaleza se opone... " decidió desafiar a la naturaleza, pero esta vez no a la que está fuera de nosotros, sino a la de adentro. En efecto, luego de lo que podemos imaginar un agotador viaje para alguien que malamente estrenaba muletas -ustedes saben: súbete a un carro en Caracas, bájate para trasbordo en Maiquetía, arranca para Brasilia y allá la misma rumba con todos sus aditamentos y luego un bis en Quito- debieron forzar en demasía un cuerpo al que no se le da descanso ni de día ni de noche, olvidándose de que ya son 57 años de trote. Y ese cuerpo respondió. Cuál es la naturaleza de esa respuesta, pero sobre todo cuál es su verdadero alcance, no lo sabemos. Ni el régimen ha querido ir más allá de un fulano "absceso pélvico" que ameritó una operación; y luego una foto de Chávez convaleciente ayudado por los dos ancianos Castro. Nada más. Como corresponde a un régimen donde todo, absolutamente todo, depende del autócrata. El hecho cierto, el único que el régimen no puede ocultar ni dorar es que el país está reventando por los cuatro costados, que cada día amanece un nuevo trastorno para el cual, ni hay previsión alguna para encararlo ni hay monto de dinero que pueda reparar. El régimen da palos de ciego mientras se esfuerza por barruntar qué es lo que está pasando y cuánta fuerza trae lo que le va llegando. Ya la más dura oposición siente que su queja de que "Chávez está destruyendo al país" -o mejor, que ¡ya lo destruyó!- se va convirtiendo en un fastidioso lugar común al que con prisa ha ido sustituyendo la realidad que nos revienta por todos lados. Chávez, de acuerdo con la ideología a la que suscribe, "no está destruyendo al país", sino liquidando a las instituciones (burguesas) que lo tenían agarrotado. En ese proceso él y los suyos se lanzaron a un experimento social de gran importancia histórica: ir reemplazando, sobre la marcha, a esas instituciones por unas a las que se llamó "revolucionarias". El resultado está a la vista: los reemplazos -al igual que le sucede a un cirujano que implanta injertos- no han cuajado, o, como dicen los venezolanos: ¡no pegaron! Sobre las ruinas y el saqueo de granjas productivas sólo hay paja seca, y en el lugar donde prosperaban empresas hoy traquetean los ventanales rotos y circulan las ratas. La instalación del socialismo ha sido un verdadero desastre. Eso, sin embargo, no parecería ser lo más grave. Después de todo, el mundo industrializado -y el que a millón se incorpora a esa carrera- está tan sediento de petróleo que aun burlándose de Chávez, o detestándolo, se ve en la necesidad de comprarle petróleo. Y el hombre, según dicen muchos de sus críticos, está buchón. El problema con alguien que tiene mucho real nadie lo escenifica mejor que el propio Chávez: eso no le ha evitado ni la rodilla lastimada ni el absceso pélvico. Es más, tener mucho real, al mismo tiempo que mucha gente que lo sabe, es correr grave peligro. Plata segura y en abundancia atrae hienas y lobos hambrientos y el mucho dinero rápidamente se convertirá en sal y agua. Presupuestos que se asignan para mil proyectos de emergencia, rápidamente son sobrepasados y la plata se va por los albañales -o los bolsillos. Chávez es hoy un Craso (quien convertía todo lo que tocaba en oro) que no puede comer ni beber. Como todos sabemos, el oro sirve para muchas cosas, pero no hay estómago que lo digiera ni milagro que lo transforme en agua potable. Los problemas del país, que en manos más virtuosas y capaces harían maravillas, convierten en humo la billetera de Chávez. Esos problemas brotan por doquier y a cada rato. Son tan singulares que rápidamente el de hoy deja atrás al que tanto ruido hizo ayer. Nada lo hace ver mejor que el alboroto de la vivienda -el mismo que según Chávez comprometía su pellejo- dando abrupto paso a la grave crisis eléctrica, que impone a quien intente solucionarlo sentarse en silla eléctrica. Y mientras, las lluvias siguen sin parar. Nada, que el país no da cuartel a los hombres de cuartel. La semana pasada apareció un nuevo problema, uno cuya naturaleza es diferente: la sublevación de las tribus enfrentadas en la cárcel de El Rodeo. Está por verse quién terminará pagando el pato. El país, definitivamente, se está llevando por los cachos al régimen. [email protected]  
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