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El verdadero reto que representa el 15-M

El verdadero reto que representa el 15-M

lunes 04 de julio de 2011, 08:44h
Uno de los mayores éxitos que ha obtenido el movimiento 15-M ha consistido en hacer reflexionar a mucha gente sobre lo que plantea y también sobre lo que representa (incluso más allá de lo que sus promotores creen o explicitan). Así, se ha desarrollado un abanico de percepciones que van desde quienes consideran que el 15-M es únicamente un movimiento de protesta al que no se le puede pedir mucho más, hasta quienes lo perciben como un síntoma de algo más profundo que se está cociendo en la sociedad española (la emergencia de un nuevo contrato social). Mientras esa reflexión avanza, creo que al M-15 hay que reconocerle dos cosas fundamentales. La primera, ya la he mencionado en otras oportunidades, que haya sido capaz de sacar a la luz un malestar existente que se mantenía callado y podía enquistarse peligrosamente en la subjetividad colectiva; la segunda, el colocar ante las y los demócratas en general y en particular en círculos específicos (políticos, medios, académicos, etc.) la necesidad de repensar el sistema político establecido en la transición, para hacerle una especie de chequeo sobre su salud y desempeño. Ese, creo, es el verdadero reto que nos plantea el 15-M. Desde luego, el propio movimiento y, sobre todo, la plataforma DRY ya ha propuesto medidas concretas sobre aspectos que hay que mejorar (normativa electoral, sistema de partidos, etc.), pero el hecho de que buena parte de ellas sea razonable o discutible, no disminuye sino que agudiza la necesidad de plantearnos el sentido del cambio general del sistema político. La pregunta sobre hacia donde nos tendríamos que dirigir constituye la expresión más elevada de ese reto que representa el 15-M. Claro, la primera pulsión es la de saber si el propio M-15 tiene alguna idea al respecto. Como se ha insistido desde el movimiento, eso es complicado por la acentuada heterogeneidad que le caracteriza. Sin embargo, en buena parte de los promotores de DRY si puede percibirse una cierta orientación e incluso algunas propuestas de proyecto estratégico. Lamentablemente, esta orientación está marcada por una tendencia a decidir quién es “el pueblo” y cuáles son sus deseos e intereses (frecuentemente aludiendo a las decenas de miles que se manifiestan); así como hacia una estrategia que, según algunos de los discursos más explícitos, busca la construcción de una “estructura política Asamblearia” formada a partir del desarrollo de “una red de Asambleas (de barrio, de ciudad)”, que permita la elección de representantes de esas asambleas en las elecciones generales del país (Marco Terranova, promotor de DRY, en el libro digital “Indignados. 15-M”). Esta perspectiva, que recoge la vieja tradición asamblearia, no me parece muy realista, pero, sobre todo, como ya expliqué (provocando las iras de algunos) no creo que constituya una alternativa de sistema democrático. Ahora bien, no apoyar la perspectiva asamblearia como sistema político, no implica dos cosas: a) que deje de ser válida la participación en las convocatorias de actividad que pueda hacer el 15-M, sobre todo en términos de protesta, y b) que hayamos dado pasos efectivos para resolver el mencionado reto de repensar el sistema democrático de la transición. Respecto de esta tarea me parece que destacan tres pasos principales, o núcleos de esta reflexión necesaria. En primer lugar, conviene adquirir una visión más global de los problemas actuales de la democracia representativa, porque este no es un asunto específicamente español ni mucho menos. Andrea Greppi, en su breve pero recomendable trabajo “Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo”, pensando en las democracias europeas, escribía en 2005: “La sospecha es que nos encontramos en puertas de una crisis de la democracia, comparable a la que experimentó la conciencia europea durante el primer tercio del siglo XX y que hemos conocido a través de los mejores pensadores políticos de la época, de Weber a Pareto, a Mosca, a Kelsen, a Schmitt. El tan celebrado triunfo de los ideales democráticos después de la revolución incruenta de 1989 amenaza con dar paso a una fase de acelerada regresión” (Trotta, 2006).  ¿Premonitorio, verdad? dirían, al menos, desde DRY. En segundo lugar, desde luego, ( para evitar aquello de que mal de muchos es consuelo de tontos), se hace necesario una revisión específica de los problemas, tanto constitutivos como funcionales, del sistema democrático establecido en España con la transición. Yo sé que este paso puede ser un tanto desgarrador para quien apenas ayer defendimos la democracia frente a las amenazas golpistas. Pero la solución no puede consistir simplemente en sentirnos, como ha hecho Gregorio Peces Barba recientemente (El País, 25/6/11), ofendidos en el honor por las acusaciones ligeras del 15-M o dejándonos arrastrar por la nostalgia de mejores tiempos pasados: “Añoro –dice Gregorio con sinceridad- el Madrid de la República de Azaña, de Largo Caballero, de Besteiro y de Negrín, y el de Tierno, de Barranco, de Leguina y de los demás, de aquellos felices años”. Y en tercer lugar, parece necesario revisitar la vieja problemática española del “nosotros” como base social y civilizatoria del funcionamiento real de nuestra democracia. ¿Realmente existe un nosotros con suficiente entidad sobre el que asentar una convivencia democrática para la búsqueda del bien común, a sabiendas de la diversidad tradicional y nueva que nos caracteriza? Eso nos lleva a reflexionar sobre las dos o más Españas culturales y a enfrentar la pregunta de Alonso de los Ríos de por qué nos odiamos tanto. ¿O es que sólo somos un nosotros con relación a la selección española de futbol? Lo cual también es un dato, desde luego. Estos tres núcleos pueden ser una buena base para responder al reto de cómo repensar nuestra democracia para mejorarla. Una exigencia urgente que debemos agradecer al 15-M, más allá de seguir o no su perspectiva de largo plazo. Y sobre esos tres asuntos voy a sugerir algunas ideas en las próximas notas.   
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