lunes 18 de julio de 2011, 18:52h
La palabra escándalo ha dejado de tener sentido en nuestro país. Ha perdido todo su significado positivo, al menos: el que designa un rechazo social a las conductas realmente reprobables. Queda, por supuesto, pleno en su validez el escándalo propio de un país en el que el cristianismo está de capa caída mientras el nacional-catolicismo campa por sus respetos cuando se trata de rechazar conductas que molestan a los meapilas y los beatos que no van a misa pero sí a manifestaciones, encabezados por militantes que se llaman legionarios de Cristo, quicos, o son lugartenientes del papa.
De las reivindicaciones y los gritos de esta caterva que se jalea desde televisiones y periódicos afortunadamente casi todas ellos al borde de la quiebra, jamás destaca en los últimos años una vieja exigencia cristiana, que es la de pedir decencia en el ejercicio de los cargos públicos.
El caso de Francisco Camps, presidente de la Comunidad de Valencia, es uno de los peores ejemplos de esa ausencia de moral que caracteriza a una parte, la hegemónica, de la derecha española. Los portavoces de su partido llegan al extremo de proclamar que a su jefe le han absuelto las urnas valencianas. Llevado el razonamiento al extremo, cabría la posibilidad de que alguien pidiera que se vote en referéndum sobre el castigo a los asesinos de las niñas de Alcasser. En el País Vasco, donde el nacional-catolicismo es también dominante, aunque la cosa nacional lleve otra bandera, es posible que las urnas absolvieran a Parot en caso de que se pudiera votar si es justo o injusto reventar hijos de guardias civiles con bombas.
Trajes, una cosa nimia. Mentiras, algo que parece intrascendente. El asunto es que ganen los nuestros, sean ladrones, prevaricadores o asesinos. ¿Y qué mejor receta que la reclamación de la democracia? Hitler habría ganado en 1943, cuando los hornos alemanes estaban ya repletos de judíos, por goleada.
¿Están todos los nacionalistas y todos los católicos sumergidos en ese horror? Desde luego que no. Pero tienen que asomar la nariz, negarse en redondo a dejar que les impongan esa despreciable moralina. Urge una limpieza que el cuerpo social debe hacerse a sí mismo, sin esperar salvadores ni caudillos.
Podría empezar Mariano Rajoy por dar ejemplo. Por descabezar de una santa vez a la trama que ha utilizado su partido para enriquecerse y ha corrompido a diestro y siniestro voluntades. Porque yo no creo que Rajoy esté metido en ninguna historia sucia. Entonces, ¿a qué espera? A mí se me quitaría mucha de la aprensión que me provoca la posibilidad de su victoria electoral.