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El hecho maldito, se hizo bendito

El hecho maldito, se hizo bendito

Y el domingo no pasó nada. Sorprendió que la mayor sorpresa fuera que nadie se sorprendiera. Salvo la sorpresa. Estamos asistiendo al acontecimiento de una sorpresa sorprendida. Cristina fue elegida “represidenta”. El resultado de las elecciones plantea un hecho excepcional: el de una fórmula que ganó y otras que salieron últimas. Sí. Lo excepcional es que no hubo segundo puesto. Porque para ser segundo hay que tener lo que tiene el primero, menos la suerte. Entonces, con suerte, a lo mejor otro día el postergado logra ganar. Pero no es este el caso de ninguno de los perdedores del domingo. Ya que para ser considerado segundo hay que competir a la par; resistir con firmeza la posibilidad de una comparación aritmética, permitirse la ilusión de alguna proximidad; o aunque sea una mínima chance de que el triunfador tenga que mirar hacia atrás inquieto por aquel que le sigue. “ Primero hay que saber sufrir,/ después amar,/ después partir/, y al fin andar sin pensamientos”. Cuando Homero Expósito escribía esto no sabía que estaba contando al peronismo. Es eso lo que cuesta hasta llegar a ser  naranjo en flor. No es lo mismo sin sufrir, sin amar, sin partir y sin andar sin pensamientos. La nueva consagración de Cristina consigue cambiar-por evolución de la praxis- aquel concepto histórico de que el peronismo es “el hecho maldito de un país burgués”. Tuvieron que pasar décadas, dictaduras, represiones , exilios y “Desaparecidos”, para que , por fin, el hecho maldito  se transformara en “bendito”. En más de medio siglo aquella reacción filosófica de John William Cooke para enfrentar a las elites reaccionarias, es resignificada por la festiva y feliz y pagana bendición popular. Tanto reclamo opositor por la supuesta negación del Gobierno al consenso, y en solo diez horas de deliberación secreta en las urnas- de 8 a 18 horas- el pueblo les respondió con el consenso de millones de votos. ¿Qué fue? ¿Un aluvión, una marea, un alud, un torrente, una catarata, una copiosidad, un raudal, una exageración, qué? Acaso una profusión de sufragios a tasas chinas. Para mi que fue un llamado del más allá. O el éxito instigado por el clientelismo. O la influencia todavía de aquellos libros de lectura infantil que enseñaban a los niños a decir: “amo a Evita, Evita nos ama…”. Todavía hay quienes dicen que todo fue por una codicia de poder. Los inquieta que  el que lo codicie sea el pueblo. Si para eso vota. Como si se sintiera “amortizada” –y lo sugirió la noche del domingo- la Presidenta tuvo un gesto generoso. Los destinatarios fueron los que salieron últimos, los perdedores , que si lo piensan bien ganaron al salir del país virtual para  ingresar al real. Cristina no los deshonró marcando las abrumantes diferencias numéricas. Les dio esperanzas. Porque aún triunfante no se entretuvo en cocear ni en compadecer a sus adversarios; ni se permitió ironías a candidatas o candidatos que se la pasaron mortificándola cuando  ellos eran los políticamente moribundos. Al contrario, la presidenta recordó cómo hace dos años al Frente para la Victoria se lo daba por perdido y hasta fatalmente superado y desplazado, y cómo se recobró y volvió a ganar por no entregarse. Y por mantener la voluntad y las convicciones. De los extraviados competidores depende que no sigan siendo últimos. Y que se rediman a si mismos de sus propias vejaciones. Las urnas, implacables midieron sus tamaños; no los que les exageraron sus espejos. Algunos de ellos quedaron fuera del mercado por haber superado la fecha de vencimiento. Otros por no haber conseguido la vacuna antirrábica antes de echar espuma por la boca. A nadie se le ocurriría que este Gobierno es perfecto; a la presidenta menos que a nadie, y por eso se le cree. Porque como ella mismo dijo: no se la cree. El “hecho maldito” ya ha evolucionado a “bendito”. Aporto esta conclusión: lo menos imperfecto de la actual democracia argentina es la coincidencia cada día mayor, entre el pueblo y el Gobierno