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Sin un perro que le ladre

Sin un perro que le ladre

miércoles 25 de julio de 2007, 22:05h
En la madrugada del miércoles 4 de julio un ataque al corazón puso fin a la vida del “Guatón” Romo, un mercenario que sirvió a la dictadura no sólo denunciando obreros y políticos de la Unidad Popular, sino que supo agregar a su currículum la condición de cruel y despiadado torturador de cientos de detenidos del nefasto Gobierno militar. Osvaldo Romo Mena tenía 69 años, estaba detenido y enfermo en el hospital mientras esperaba resoluciones de otros procesos en los que estaba sometido a proceso por delitos que retrataban su crueldad. Una anónima hermana de la Caridad que lo puso bajo su amparo hace varios meses y lo visitaba con regularidad en la prisión se hizo cargo de los funerales. Sus restos fueron depositados en el mausoleo de esta congregación religiosa, en el Patio 39 del Cementerio General.

De todo esto me impongo mientras reviso diarios y recortes. Los releo con angustia y ansiedad. Hojeo las “Últimas Noticias”, donde en una foto a cuatro columnas aparece el solitario féretro conducido por un arropado funcionario del cementerio. La lectura es lapidaria: “El solitario funcionario que trasladó sus restos: ‘Esto no significó nada’”. Releo para saber más. Atención: “Sin familiares ni amigos, ni flores, sin responso, ni misa, ni nada...”. Ni detractores ni adversarios políticos. Nadie se hizo presente a despedir al Romo. “Sólo la lluvia apareció en el funeral de Osvaldo Romo, el legendario torturador de la disuelta DINA”.

Sigo pegado al diario. “El fallecido ex torturador no recibió visitas durante la noche ni tampoco fue reclamado, ni tampoco visitado por ningún familiar. Desde temprano se mantuvo custodiado por tres carabineros de civil, que lo escoltaron hasta el sepulcro. En el lugar permanecerá por las próximas 24 horas un carabinero”. El frío entierro descompuso al director Tulio Guevara. “Por primera vez en seis años y medio que veo llegar al campo santo un cadáver de una persona completamente sola. Estoy impresionado de que no haya llegado un amigo, un familiar, absolutamente nadie. Además no hubo ceremonia”.

No tuvo ni un perro que le ladrara.

Me quedé pensando largo rato para finalmente concluir: el que siembra vientos, cosecha tempestades. En el caso de Romo pasaron muchísimos pero muchísimos años para que llegara la tempestad. Los periodistas que reportearon los acontecimientos políticos, policiales y golpistas desde los ’60 y que cayeron después en las garras de la dictadura, conocieron -unos más, otros menos- las andanzas de sujetos tan siniestros como Romo.

Refrescando un poco la memoria, en el agitado despertar político chilensis de los ’60 se produjo un remezón serio cuando se dividió el Partido Socialista y emergió la Unión Socialista Popular (Usopo) con el senador Raúl Ampuero a la cabeza, junto con Ramón Silva Ulloa. No me voy a referir a las razones del quiebre, pero la división preocupó demasiado a la izquierda, que crecía día a día en los sectores populares. La Usopo entró a la carrera y no tuvo escrúpulos en escoger a activistas que ganaran adeptos en las masas usando recursos y mentiras. Romo fue uno de esos malandrines. Se movió con astucia, se introdujo en los sectores populares y asimiló rápidamente las siniestras maneras de manejar y traicionar a los trabajadores.

Recuerdo dos salidas de madre del ya conocido comandante Raúl, como se hacía llamar en los barrios santiaguinos. En agosto de 1972, se produjo un allanamiento en Lo Hermida que causó reyertas serias entre la policía y los vecinos. Hubo un muerto y varios heridos y contusos. También hubo quejas, reclamos, la intervención de parlamentarios de izquierda y todo lo remató una concentración en la población donde se registró el hecho. Al acto se comprometió a llegar el Presidente Salvador Allende. Don Salvador asistió y explicó que se haría justicia. Romo tomó después la palabra, discutió hasta con insolencia con el Mandatario, agregó que él era el único revolucionario auténtico que existía en ese momento y que el caso no se podía cerrar con promesas. Quedó la escoba. En esos años, el diario “Clarín” era lejos el más popular en Chile y sus ventas eran arrasadoras. El diario contó al día siguiente la firme, tal como había sido y sacó a relucir los trapitos al sol del comandante Raúl, al que dejó como “chaleco de mono”.

Veinticuatro horas después, Romo y un grupo de pobladores de Lo Hermida llegaron al diario, que estaba en calle Dieciocho. Invadieron el recinto y se tomaron el lugar, impidiendo el trabajo de los reporteros, los talleres y la administración. Romo exigía que se publicara una versión que traía preparada y se desmintiera la anterior. Me tocó conversar con él y su comparsa el tema, en mi calidad de director. Las tratativas duraron más o menos dos horas. La cosa se hizo más cordial, porque con Romo nos conocíamos bastante, como gente de izquierda y socialista. Tal vez eso lo hizo entrar en razón junto con su equipo. Zanjamos el problema, abrimos nuestras páginas futuras a todos sus problemas gremiales y la toma terminó como a las 7 de la tarde, permitiendo que el diario saliera al día siguiente casi sin atraso.

Mi tercer contacto con Romo fue en 1973, pero en otro escenario. Fue como a las 3 de la madrugada, en la puerta de uno de los camarines del Estadio Nacional. Yo estaba preso por la dictadura y Romo integraba un piquete militar que debía seleccionar a dos o tres detenidos y llevarlos por rumbos desconocidos. Los escogidos no volvían jamás. Después, supimos que eran fusilados en otros lugares o arrojados al mar. El piquete nos hizo levantarnos y formarnos en tres o cuatro filas. El grupo, que integraban dos encapuchados de negro, inspeccionó lenta y concienzudamente a los detenidos. Los enmascarados señalaron con el dedo a los elegidos y los sacaron. Era como una sentencia de muerte. Instintivamente, los demás, entre ellos yo, nos íbamos achicando para no ser tan visibles. La patrulla nos ordenó enseguida volver a nuestros lugares. Fue entonces cuando gritaron mi nombre y me ordenaron ir a la puerta. Allí estaba Romo, con uniforme, mandando al lote. Me dijo de sopetón: “Te divisé y te conocí cuando estabas al fondo. Te veo bien, ¿qué fechoría hiciste?”

“Lo único que sé hacer es periodismo”, fue mi respuesta.

“No te creo, pero te veo bien. En unos días me tocará interrogarte o a lo mejor te vas antes a un campamento en el norte. Ya nos veremos”.

No lo vi nunca más, felizmente.

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Alberto “Gato” Gamboa
Periodista

(Este artículo apareció en La Nación del 23.07.2007)
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