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Frank y el gato

Frank y el gato

viernes 03 de agosto de 2007, 18:30h
El gato es norteamericano y Frank un ciudadano chileno, ex cuñado mío, a quien no veía desde hace 30 años, en parte por mi largo exilio en distintos países, y porque ahora vivo en Valparaíso y él en Santiago. No teman; no voy a contar un caso meramente personal. Ambos -el gato y Frank- anuncian la muerte de manera escalofriante. Más aún si el deceso es el de uno mismo.

El gato estadounidense -según el Diario de Cooperativa- fue bautizado como “Oscar”, pero pocos quisieran el premio que él anuncia con sus visitas. Es un felino de pelaje gris y blanco, que vive en un hospital geriátrico de Rhode Island. Cada vez que se acerca a la cama de un paciente determinado, éste muere dentro de las dos horas siguientes. Lo ha hecho con matemática precisión 25 veces.

El escenario es un centro de rehabilitación para ancianos, bajo estricto control médico, y el caso fue publicado en los anales de la revista científica “The New England Journal of Medicine”. La doctora Joan Tenoh, que atiende a los temblorosos enfermos de la clínica, no cree que “Oscar” tenga poderes paranormales, “pero siempre se las arregla para aparecer en las últimas dos horas de vida de los enfermos graves”, precisa. El caso, difundido también por la prensa y la televisión internacional, tendría -para ella- una explicación “química”. Es probable. En Chile, es creencia común que son los gatos de la casa los que actúan como “pararrayos” de las malas ondas que se abaten sobre el hogar. Tendrían habilidades no registradas por la ciencia oficial.

Ahora, yo quisiera que alguien me explicara -y no es un tema personal, lo repito- cómo pudo sucederme esto a mí, el jueves pasado, en la calle Agustinas, a una cuadra de La Nación, a la cual concurro muy pocas veces, porque envío mis colaboraciones por Internet.

Salí a dar una vuelta por el centro, mientras aguardaba al Subdirector, y me encontré de pronto a boca de jarro con mi ex cuñado Frank, después de tres décadas de ausencias. Ambos ya pasamos los 60. Nos costó reconocernos. “Te acabo de salvar la vida, Camilo”, me dijo, pálido y tartamudeando, cuando estuvo seguro de mi identidad. “Hace dos días, sin causa aparente, me acordé repentinamente de ti, y me dio pavor. Porque cada vez que se me aparece en la memoria algún amigo perdido, a las 48 horas, o me lo encuentro en la calle o en las páginas de defunciones de ‘El Mercurio’. O lo uno, o lo otro”.

Con seguridad de ingeniero calculista, que es su profesión, precisó: “Ya me ha sucedido veinticinco veces”. Me estiró una mano fría: “Hasta pronto”, dijo, y desapareció rumbo al cerro Santa Lucía. Ni él ni yo habíamos oído entonces (eran las 4:15 de la tarde) el caso del gato “Oscar”, que dieron a conocer recién esa noche los noticiarios de la tele. Lo llamé por teléfono de inmediato: “No te creas la octava maravilla, Frank”, le dije. “‘El Mercurio’ excluyó mi nombre de sus columnas desde 1973, tras pedirle yo al Presidente Allende, en un acto público en la Universidad de Chile, que nacionalizara de una buena vez ese periódico, para terminar con la campaña del terror que sostenía, en vez de estarle mandando desmentidos día por medio… Así es que estaba escrito (borrado mi nombre allí) que nos encontráramos en la calle después de tus premoniciones”.

Pero la verdad es que, tras la bravuconada, me quedé muerto de susto por ese encuentro cercano con el Más Allá. Lo grave: ¿Qué hubiera pasado si este distraído corresponsal, después de tomarse un café en el “Haití” de Ahumada, hubiera vuelto a La Nación por la vereda de enfrente de la calle Agustinas, o hubiera tomado otro camino, yendo hasta la Alameda, Teatinos, y regresado por esa vía al diario, y no me hubiera topado con el augur?... ¿Qué habría sucedido si Allende hubiera nacionalizado “El Mercurio”?... -ya dije que no es algo individual-… ¿Dónde se publicarían ahora las defunciones-recuerdos del futuro de Frank?... ¿En el vespertino de orientación socialista, “Última Hora”?... ¿En el “Clarín” populista, doblemente expropiado, primero por la Junta Militar y luego por los gobiernos de la Concertación, que han negado justicia a su legítimo dueño, Víctor Pey?... Intrigantes misterios, en verdad.

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Camilo Taufic
Periodista
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