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La subversión del lenguaje

La subversión del lenguaje

viernes 07 de septiembre de 2007, 18:02h
Disiento del admirado profesor Santiago Grisolía cuando afirma que “los incendios provocados deben ser considerados un crimen contra la humanidad”.
Al parecer, la palabra crimen se nos ha quedado tan pequeña que debemos adjetivarla con grandilocuencia, como para evidenciar su gravedad. Pero, ya ven, yo desconfío de la adjetivación intencionada de los vocablos, ya que los desnaturaliza. Sucedía hace algunos años con la “democracia popular”, como denominaban a sus dictaduras los regímenes comunistas. Antes, el franquismo hizo lo propio con la “democracia orgánica”. Lo único común a ambos sistemas era su abominación de la democracia pura y simple.

    Claro que todos los crímenes, volviendo a la frase de Grisolía, son contra la humanidad: desde escupir en la calle hasta el asesinato múltiple, pasando por el maltrato a los niños. Sólo difieren en su graduación. Pero también es un crimen la tortura de animales, aunque semánticamente no pueda calificársela “contra la humanidad”.

    No compliquemos, pues, las cosas, porque si nos equivocamos con la denominación de los conceptos acabaremos por confundir esos mismos conceptos. Ocurre con los términos “terrorista” y “terrorismo”. Hasta hace bien poco, hacíamos piruetas léxicas para evitar esas palabras y hablábamos de “militantes”,guerrilleros”, “separatistas”, “insurgentes” o cualquier otra expresión que hermosease su conducta de acuerdo con nuestros prejuicios. Ahora, en cambio, todo es terrorismo. Se habla de “terrorismo doméstico”,terrorismo ecológico”, “terrorismo de carretera”,… hasta banalizar la misma noción y olvidar su significado de “sembrar un terror generalizado entre la población”.

    A otra escala, hemos vaciado de contenido el concepto de matrimonio como relación de diferentes y hasta complementarios. La unión del mismo sexo ha pasado de ser tan legítima como la otra a confundirse con ella. ¿Quién dice que no acabará por generalizarse a cualquier tipo de unión, desde la poligamia a la pederastia, o que llegue aun más lejos?

    La culpa no la tienen las palabras, pobrecitas, ya que nos ayudan a entendernos. El problema empieza cuando esas palabras pierden su sentido primigenio y las empleamos con criterios subjetivos, sectarios u oportunistas que muchas veces no coinciden con los de nuestros interlocutores. Y ahí comienza el lío. No es sólo que hablemos una jerga cada vez más inextricable y que hoy día todo sea cool, vaya a saberse por qué, sino que las palabras que aún eran inteligibles se han convertido en perversos remoquetes que han perdido cualquier capacidad de significación.
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