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Ochoa, adiós a un buen deportista y mejor persona

lunes 06 de noviembre de 2006, 14:42h

Los piropos le han floreado durante sus últimos meses de vida. Los halagos rebajan el alarido de acantilado que es la muerte de Paquito Fernández Ochoa . No es que sirva de consuelo, pero al menos quita un punto de tristeza a esta crónica de una tragedia anunciada. La del fallecimiento del mejor esquiador español de todos los tiempos: ‘Paquito' –cariñoso diminutivo con el que siempre se le conoció. Como lo quita incluso las decenas de homenajes que se le dieron en vida. Como el último y muy reciente, el del pasado 28 de octubre, cuando se descubrió una estatua suya en su pueblo de Cercedilla, que ante su ya deterioradísimo estado por el cáncer linfático que le derrotaba la salud pero nunca el espíritu fue interpretado por muchos asistentes como su adiós público. Como reconoce el propio presidente de la Federación de Deportes de Invierno, Eduardo Roldán : "Ese día fue como una despedida; le di un beso y él me dio un abrazo muy fuerte”.

Su terrible enfermedad y su más que previsible y próximo final era ‘vox populi', también para él, que en su ejemplar lucha contra el cáncer dio igualmente la talla, como la dio en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sapporo en 1972. Allí, su ‘curriculum', más tarde adornado con un bronce en los Mundiales de Saint Moritz, alcanzó su cenit, su máxima gloria: la medalla de oro en eslalon especial. Por cierto, la única con que cuenta el esquí hispano, que cuatro lustros después se colgaría otro bronce olímpico, el de su hermana Blanca en Albertville'92. El éxito de Paquito le hizo pionero de su deporte, como Santana con el tenis, Nieto con las motos o Ballesteros con el golf, aisladas figuras legendarias que surgían por milagroso arte de birlibirloque en un país atrasadísimo en todo, deporte incluido.

Pero su éxito como la buena persona que era le continuó acompañando después de retirarse, merced también a su carácter alegre y extrovertido, así como a su sencillez de antidivo. La popularidad de Paquito jamás decreció en la memoria de las generaciones posteriores a las de su cumbre en Sapporo. Y alcanzó también su cenit debido a la desgraciada noticia de que tenía cáncer linfático, que jamás quiso ocultar, porque estaba haciendo lo único que le quedaba, afrontar con resignación esta cornada del destino pero luchando a tope contra ella y siendo ejemplo para otra gente también afectada, a los que animaba a seguir su comportamiento, como varios especialistas médicos coincidieron en destacar.

Tal actitud lo elevó casi a la categoría de héroe, aunque él se limitara a señalar algo tan sencillo como las palabras que pronunció en su homenaje en Cercedilla, seguramente sabiendo que eran sus últimas en público: “He corrido muchas carreras. Unas las he ganado y otras las he perdido, pero siempre me empleé a tope , a fondo, como estoy haciendo ahora". La batalla de la vida la perdió, pero no la del olimpo donde residen los mitos. Pero no la de un ser magnífico al que se recordará ‘per in saecula saeculorum'. Paquito, gracias por tu ejemplo.
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