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Indicadores febles

Indicadores febles

martes 25 de septiembre de 2007, 23:32h
El último par de encuestas de La Tercera, editadas como un solo paquete el domingo 23 de septiembre, son muy esclarecedoras de los riesgos a que pueden inducir las indagaciones sobre la opinión pública.

Una se realizó después del 11 de de septiembre y antes del 18, y arrojó un 39% de respaldo a la Presidenta y 47% de disconformidad con su gestión. La segunda se hizo después de  Fiestas Patrias, revelando un 48% de aprobación y 37% desaprobación. Es decir que en una semana se registró un alza de 9 puntos en el apoyo y una baja de 10 puntos en la desaprobación.

Corrobora esos resultados la apreciación sobre la gestión del gobierno en su conjunto, que después del “11” y antes del “18” fue desaprobada por el 58% de los consultados, los que bajaron al 49% después de Fiestas Patrias.

Una diferencia de 9-10 puntos (aproximadamente el 25% entre 39-48 y 47-37) de variación en la opinión pública, en sólo una semana, es muy significativa y poco habitual. El fenómeno puede obedecer a muchas razones -psicológicas, sociológicas, políticas-, pero se pueden agrupar en dos categorías, descontada la probabilidad de una manipulación intencional de la muestra: o la medición es metodológicamente muy defectuosa, o la opinión de la gente es muy influenciable por las circunstancias, es decir por la contingencia social y política y por el impacto de ciertos hechos que adquieren gran envergadura noticiosa, etc.

Nos inclinamos por esto último como la explicación fundamental de un vuelco tan sensible en la opinión pública. El primer sondeo se hizo cuando perduraban las secuelas del violentismo de la noche del “once”. El segundo cuando aun reverberaba el ambiente fiestero de las prolongadas celebraciones patrias.

Entre ambos momentos hubo un cambio radical en los ánimos colectivos, desde el trance negativo provocado por los desmadres, saqueos y balaceras del “once”, al alegrón colectivo que inundó el largo “dieciocho”.

ALARMISMO

En tal lógica, hay que utilizar similares condicionamientos en la lectura de las sucesivas encuestas, es decir tener presente que en ellas es determinante el estado de ánimo de la gente, el que responde a motivaciones muy diversas, entre otras y no de menor importancia, al efecto de las noticias negativas y positivas que condicionan los pareceres, juicios y opiniones individuales y del colectivo.

Este vaivén relativamente incontrolable que marcan las encuestas que se realizan regularmente y en plazos relativamente cortos, no desmerece los resultados tendenciales, es decir la dirección general o de mediano y largo plazo en que se mueve la opinión pública.

Pero el significado de cada medición debe observarse y calibrarse con frialdad, para no ilusionarse en demasía o caer en derrotismo ante modificaciones bruscas. El escenario específico en que se realiza cada sondeo es una condicionante que hace la diferencia entre una lectura ponderada de los datos y una interpretación ligera o prejuiciada.

A propósito del tema, las encuestas Adimark de julio y agosto últimos entregaron referencia nuevas respecto a mediciones anteriores: la desaprobación a Bachelet superó la aprobación, y en agosto el nivel de apoyo por primera vez bajó del 40% (39,1%). En la prensa se habló de que se había traspasado el “umbral” hacia la zona de peligro. Hay que “encender las luces amarillas y rojas”, comentó Ricardo Solari, Vicepresidente del PS.

Al respecto vale recordar que una situación similar se produjo en un prolongado período del gobierno de Eduardo Frei Ruíz-Tagle. Las encuestas del CEP arrojaron un respaldo a su gestión menor al 40% desde junio de 1996 hasta septiembre de 1999, y en diciembre incluso bajó del 30% (28%). En el mismo período, en casi todas las mediciones la desaprobación de su gestión superó a la aprobación. No obstante, al aproximarse al término de su mandato, en marzo del 2000 el apoyo a Frei llegó al 49%.

EMBRUJO

Las encuestas poseen un embrujo casi irresistible entre la gente dedicada a la política o con inquietudes políticas o que vive en ambientes interesados o influidos por la política. En tales círculos, cuando los resultados son favorables para ciertas posiciones, y desfavorables para las contrarias, suelen provocar estados de euforia en los primeros y de depresión en los segundos. Unos los proyectan como tendencias irreversibles y otros los desacreditan.

Pero en tiempos normales, cuando las rutinas aún no han sido infiltradas por la atmósfera electoral, a nivel masivo se miran los resultados de las encuestas con cierta indolencia, como un dato distante, que no motiva a nada, o como una mercancía manejada por quienes las realizan.

Por eso es muy riesgoso adoptar decisiones políticas de alguna trascendencia en base a los estados anímicos que revelan los sondeos de opinión pública. Porque son indicadores febles, de escaso espesor, y puede que en el curso de unos pocos días -como antes y después de las recientes Fiestas Patrias- los espíritus cambien su mirada, con intención de reproche en un momento y con tolerancia y complacencia en el siguiente.

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Pedro Martín P.
Analista político
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