Grecia como tapadera

Grecia se ha convertido en la coartada más a mano de los dirigentes europeos para ganar tiempo y utilizarla como tapadera para preparar el ritmo y la forma en que los bancos alemanes y franceses van a afrontar las pérdidas de la bancarrota griega. Ya hay parlamentarios alemanes que admiten la condonación de buena parte de la deuda griega que conlleva una quita de al menos el 50% para los bancos implicados. Cuando escuchas a los expertos, que no tienen condicionantes ni intereses directos, te explican que se trata de ganar tiempo para que el impacto en los bancos alemanes y franceses implicados no sea demoledor ni cree pánico entre los ciudadanos que reclamen sus ahorros inmediatamente creando un problema añadido de solvencia, más allá de la pérdida de la credibilidad. Los nuevos datos del gobierno griego admiten que no van a ser capaces de cumplir con los compromisos de déficit y además que su Producto Interior Bruto (PIB) caerá un 2,5% y la deuda superará el 170 % del PIB.

No nos sorprende este nuevo cambalache de datos a los que nos tiene acostumbrados los políticos griegos, lo que ya no es de recibo es que las autoridades europeas, y, sobre todo, las alemanas y francesas, incluidas las bancarias, nos quieran hacer creer que no sabían nada. Sólo hay que hacer un poco de memoria para recordar que el ingreso de Grecia en aquellas Comunidades Europeas se realizó a capón en 1981 por la presión de Francia, cuyo presidente y empresas tenían enormes intereses en negocios helenos aunque el gobierno de Atenas estaba bajo la tutela de la dictadura de los coroneles. 20 años después, en 2001, Goldman Sachs contribuyó a maquillar las cuentas para que Grecia entrara en el Euro. En su momento, la canciller alemana, Angela Merkel, y la actual directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, criticaron duramente esta acción pero no impidieron su ingreso y que la bola de nieve empezara a crecer hasta alcanzar las proporciones que ahora hacen temblar a ciertas instituciones financieras, bancarias y políticas europeas. Quien tenga que perder, tendrá que asumirlo pero lo que no es aceptable es que esta agonía dure mucho más tiempo porque coloca a otros países bajo sospecha, como España; y, más allá de los graves problemas estructurales españoles y de su deuda pública y privada, le provocan mayores escollos que se traducen en nuevos parados y en un estancamiento total de la actividad económica, en mitad de una precampaña electoral deprimente.