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Ecologistas de salón

Ecologistas de salón

lunes 14 de noviembre de 2011, 08:10h
MODAS INFAMES


Cuando el biólogo alemán Ernst Heinrich Haeckel en 1869 acuñó el término ecología, no sospechaba, siquiera, el alcance  que  en el futuro  tendría  su nuevo enfoque sobre  el estudio de la naturaleza y el medio ambiente. Con ese  nuevo término  científico, Heinrich hacía alusión  al estudio de la relación entre los organismos y su medio ambiente físico y biológico.

En el nuevo enfoque de  Heinrich cobraron un valor  muy importante  fenómenos  naturales como  la   radiación solar,  el viento, la luz y el calor,  la humedad,  el oxígeno, el dióxido de carbono y los nutrientes del suelo, el agua y la atmósfera y un sinfín  de  elementos  y sistemas  más que inciden, tanto en la naturaleza como en los seres vivos  que formamos  parte de ella.

Unos decenios más tarde, en 1935,  el ecólogo vegetal sir Arthur George Tansley  habló por primera vez de otro concepto  que ha llegado reforzado a nuestros días, el de ecosistema. Los ecosistemas funcionan con energía procedente del Sol, que fluye en una dirección, y con nutrientes, que se reciclan continuamente. La energía inicialmente fijada por las plantas  es después aprovechada por toda la naturaleza en un ciclo  constante e interdependiente  que afecta a todos los seres vivos: plantas y animales, pero también  bacterias, hongos y  otros pequeños animales.

Un ciclo  vital  permanente   que  parece olvidar con frecuencia  el ser que  se considera a si mismo como el rey de  la naturaleza, es decir, el hombre.


Gestos

En los últimos años  hemos  tomado conciencia, de forma casi generalizada, de que la suma  de pequeños  gestos  puede  también contribuir  a la conservación de la  naturaleza. Es verdad que esas  acciones, consideradas aisladamente, no tienen  ningún valor, pero  sumadas   todas las  que protagonizamos  hombres y mujeres de todo el mundo  -especialmente el "civilizado", que es el que  contribuye de una forma mucho más   importante al  deterioro del planeta-   la  cuestión es muy diferente...

Qué decir, por otro lado,    de la vigilancia, tanto por parte de los poderes públicos, como de  las asociaciones  y entidades  de la sociedad civil, orientadas a  detectar, denunciar  y, en la medida de lo posible, corregir   las transgresiones  tanto legales como  naturales  de   corporaciones industriales, empresas o  fábricas,  que  han contribuido de una forma aún mayor a  mantener   los ecosistemas, el medio ambiente   y,  en definitiva, la vida en el planeta.
 

Avances cualitativos

Unos decenios  más tarde, alrededor del último   cuarto del siglo XX, los  movimientos ecologistas  fueron tomando verdadera carta de naturaleza   al decidir  transformar  su   quehacer  en  una defensa activa del medio ambiente  a través de formaciones políticas    vinculadas  a ese arco  ideológico  que llamamos  genéricamente  la  izquierda, y  que,  en general, se han  venido llamando partidos verdes y   que  en algunos países, han llegado a  influir, incluso,   en la formación de gobiernos.

Aunque los primeros partidos verdes  nacieron en la década de los 70  del  siglo pasado en Australia, Nueva Zelanda, e Inglaterra,  no fue  hasta   1983 cuando  adquirieron  un verdadero poder político. Fue en Alemania, a través del  Die Grünen (Partido Verde),  que lideraba  Petra Kelly,  donde consiguió el 5,6% de los votos, 27 escaños, en el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento alemán) y a partir de este momento, participaron en el gobierno de varios estados germanos. Desde entonces, estas formaciones  tienen  un peso  específico en   países como   Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Irlanda o Suiza, en donde hoy   gobiernan en municipios, gobiernos regionales y nacionales, y en las instituciones de la Unión Europea (UE).

Merece todo el respeto  la postura  de los  verdes  a la hora de  enunciar  su oposición  a mantener abiertas las centrales nucleares. Es igualmente  loable su postura  de  erradicar  cuanto antes    las emisiones de CO2, incluso  con  las consecuencias  que en el modo  de vida de  la mitad de la población mundial, ello pudiera acarrear. Pero,   no estaría  demás que, amén de  lanzar esas proclamas, las complementasen  con   propuestas  razonables  y alternativas   que  nos permitan  conocer  en qué medida  se van a ver alterados  nuestros modos  y formas de vida si es que  llega  un día  en que  de verdad, llegan a  gobernarnos.

Actitudes como  esas  manifestaciones   que abogan por el desvío del trazado de una autopista para evitar  la  destrucción de un nido de no sé qué ave,  o  la madriguera  de  una  loba-por poner   dos ejemplos  cotidianos-  provocan un  rechazo visceral, por desmedidas.   Más aún  si, como puede observarse desde hace tiempo, ecologistas   confesos, a diario,  se les ve recorrer  menos de  un kilómetro  con su coche para ir a  tomarse  la  cerveza con  los amiguetes  o  para ir a comprar el pan, en lugar de hacerlo   a pie.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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