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Sangre, sudor y lágrimas

Sangre, sudor y lágrimas

¿Pueden Mariano Rajoy, Alfredo P. Rubalcaba, Rosa Díez, Juantxo Uralde, Durán i Lleida o Josu Erkoreka sacarnos de la crisis? De frente y por derecho: ni de coña.

La crisis que padecemos es casi insondable y, aunque con una génesis fácil de explicar, desconocemos la profundidad del hoyo que intentamos rellenar.

A fines de 2008, con datos tomados de la Comisión del Senado de Estados Unidos que investigaba la cosa, calculé que el agujero financiero al que nos enfrentábamos era de 259 billones de dólares, 7'4 veces el PIB de Europa, USA y Japón sumados (35'05 bll U$); un 259 seguido de doce ceros, más de 640.000 euros para cada uno de los 400 millones de europeos. Tres años después pocos datos contradicen aquel análisis.

No hay receta individual contra la situación. A lo más que podemos aspirar como país es a una cohesión interna que minimice la ruptura social y a apechugar cuanto podamos remando en la misma dirección que Alemania y Francia y al ritmo que nos marquen.

Claro que sería más fácil vender humo y castillos en el aire y gritar que de qué van, que "los mercados" (un día explicaremos qué y quiénes son los mercados, que a veces parece que se trate de Satanás y no de acreedores a los que les pedimos dinero un día sí y otro también) no pueden dictarnos qué hacer o que los que nos han metido en esta crisis son los que tienen que pagarla, etc. Tendría más predicamento que con lo que sostengo en esta columna y sería infinitamente más fácil de argumentar. Pero solo se trataría de un brindis al sol lleno de tópicos. La verdad es que a corto plazo no hay salida fácil, mucho menos sin dolor, tanto si optamos por "colaborar" cuanto si intentáramos "reventar" el sistema.

Digámoslo ya, con un año de antelación: el 2012 se cerrará con seis millones de parados. No depende de las medidas restrictivas a que nos va a someter el PP cuando gobierne a partir del lunes. Y que nadie se lleve a engaño: si gobernara el PSOE los ajustes serían de la misma dureza.

Puede que fueran otras las medidas, puede que en lugar de copago sanitario fuera reducción del número de dosis a recetar o puede que en lugar de despedir a 40.000 funcionarios se despidiera a 12.000 y se prejubilara al resto, pero serían igualmente duras: el IVA va a volver a subir gobierne quien gobierne y se va a pagar el IVA al erario tan pronto se devengue y no cuando se cobre como ha prometido Rajoy. El acecho al fraude fiscal no va a ser suficiente y la economía sumergida y la inflación subyacente no se van a perseguir porque son la argamasa que mantiene represada la contestación social. A lo más que podemos aspirar es a que el gobierno entrante consiga concertar a la mayor parte de actores sociales y que sea lo suficientemente valeroso como para cambiar las estructuras en el medio y largo plazo y salvar los muebles de la próxima generación.

El momento que vivimos es, a pesar de su dureza, extraordinario: tal vez asistamos al nacimiento de los Estados Unidos de Europa a través de una federación de estados. Supondrá ceder soberanía a Europa -para los ciudadanos vendrá a ser más o menos lo mismo ya que la soberanía la tenemos delegada en los parlamentos- y redefinir las infraestructuras en términos de economía, legislación, productividad, impuestos, educación e innovación.

No es algo que vaya a ocurrir de la noche a la mañana. Tendremos que articular un gobierno paneuropeo y habrá que definir un sistema electoral sensato en el que todos los votos sean iguales. Habrá que reinventar un Banco Central más cercano a la FED estadounidense que al German Headquarter que tenemos hoy y habrá que dejar a muchos fuera de la federación.

Y si no vamos en esa dirección puede que suceda lo peor y que el euro salte y con él Europa. Si ocurre, y hay alto riesgo de que así sea a tenor de la escalada del premio al riesgo a que Francia, Holanda, Bélgica, Italia y España se han visto sometidas en los últimos 20 meses, es impredecible lo que podría pasar. Quizás por eso mismo fue que Yorgos Papandreus destituyó a toda la cúpula militar de su país coincidiendo con el anuncio del referéndum que nunca se produjo.

Lo dijo primero Giuseppe Garibaldi (2.07.1849), luego Theodor Roosevelt (2.06.1897) y finalmente Winston Churchill (13.05.1940): sangre, sudor y lágrimas. Tal vez sea hora de que lo diga Angela Merkel manteniendo el rítmico espacio de unos 50 años entre vez y vez.