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La secretarísima general

La secretarísima general

sábado 18 de febrero de 2012, 17:40h
De entrada, debo decir que nada tengo conra María Dolores de Cospedal: me parece una mujer inteligente, preparada, libre para trazar sus destinos y que a nada se ha atado para estar donde está, lo que tiene no pequeño mérito. Para mí, representa una nueva concepción de la derecha española, que nada tiene que ver con 'aquella' derecha española y que, personalmente, me agrada Así que espero que nadie vea en mi crítica a su multiplicidad de funciones un ataque en lo personal, o en lo político. Creo, simplemente, que esto que escribo recoge la opinión de bastante gente --los he escuchado en los últimos dos días-- que pulula por los pasillos del XVII congreso nacional del Partido Popular, que es la formación que gobierna y nos gobierna.
 
Para mí, los resultados de este congreso, en el que tantas horas plácidas --el debate es inexistente, y puede que ni falta que haga-- hemos pasado tantos informadores, tantos invitados, tantos compromisarios, se centran apenas en la figura de María Dolores de Cospedal. A Rajoy ya le habíamos puesto la etiqueta de triunfador absoluto, cuatro años después de aquel azaroso congreso de Valencia, del que salió como pudo, pero, estimo, con mucha dignidad. Al triunfo electoral del PP el pasado mes de noviembre también le hemos colocado las pegatinas que le correspondían, y le correspondían muchas y casi todas necesariamente buenas. Por eso hablo de Cospedal, que es lo que hoy toca.
 
Que una sola persona, por mucha capacidad que tenga, por mucho que sea el número uno en las oposiciones a la abogaciía del Estado, por mucho que haya hecho siempre lo que le parecía oportuno, aglutine nada menos que la presidencia de Castilla-La Mancha, autonomía conflictiva donde las haya, y la sectretaría general de un partido que agrupa a ochocientos mil militantes, más el control de catorce comunidades autónomas y el centenar de ciudades principales de España, me parece algo, lo siento, de locos. Ignoro por qué a María Dolores de Cospedal, por la que, insisto, siento el mayor respeto, le es dado aglutinar dos funciones incompatibles. Castilla-La Mancha necesita un mimo especial, dada su extrema fragilidad económica; es una Comunidad extensa e intensa, y, la verdad, si yo fuese castellano-manchego, de los hartos de Barreda, exigiría a la nueva presidenta una dedicación exhaustiva.
 
Desde luego, no podrá ser así, porque la secretaría general de un partido que sale de este congreso sin definir, sin perfilar, exige una enorme dosis de tiempo. Y este es, a mi juicio, el mayor dilema de un congreso triunfal, en el que nada ha habido sino aplausos, unidad y unanimidades: que el modeloi de partido gobernante en la España actual sigue sin definición. Y si una estructura de poder, según la concepción clásica, se asienta sobre tres ruedas, partido, grupo parlamentario y Ejecutivo, debo decir que esta se ha cerrado el falso en una de las tres patas, el partido. Jamás los aplausos ni los vítores fueron buen sustento para una reflexión política. Desde aquí, mi enhorabuena a María Dolores de Cospedal por la enorme dosis de poder acumulada, y lo mismo le digo a Mariano Rajoy. Pero, crítico como debo ser, pese a todo, no puedo sino estremecerme ante la enorme facilidad con la que los hombres (y las mujeres) sucumben al éxito, fuente de todo fracaso ulterior, sea en el plazo que sea.
 
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