Rajoy y las vicisitudes de su proyecto centrista
martes 21 de febrero de 2012, 07:49h
El pasado Congreso del PP en Sevilla
ha encarado cuestiones funcionales, la principal referida a la autonomización
entre partido y Gobierno, pero también ha reflejado la marcha de una cuestión
más de fondo: el proyecto político de Mariano Rajoy de consolidar una fuerza
política nacional de naturaleza centroderechista.
Ya la campaña electoral estuvo
marcada por esa decisión de trasladarse hacia el centro para alcanzar el viejo
sueño de confirmar al PP y su programa como la opción de centroderecha que el
país requiere, según el propio planteamiento de Rajoy. En términos ideológicos,
en eso consistiría la diferencia con la etapa de Aznar: el anterior Presidente
de Gobierno significaría la expresión de un PP de derechas, que incluye todas
las tendencias, pero con un centro de gravedad de derechas más claro. Frente a
ese proyecto, Rajoy se planteó un corrimiento de ese núcleo de gravedad hacia
el centro, lo que se expresó con claridad al incluir en el Gobierno el ala más
centrista de su partido, cuya representación más clara es Gallardón, pero que
es más amplia a nivel de segundas filas.
Ese ha sido el proyecto político de
Rajoy, que ha de analizarse en dos planos: a) respecto de la evolución
histórica de la representación política de la España conservadora y b) en
cuanto al contexto de grave crisis actual, que torsiona la imagen de centrismo
que buscaba el actual Presidente de Gobierno.
Desde el primer plano, el proyecto de
centroderecha supondría la culminación de un proceso de transformación de la
representación conservadora en España, cuyo origen, no hay que olvidarlo, fue
bastante dramático. Es necesario recordar que desde el siglo XIX el grave
problema de la España conservadora fue su profunda crisis de representación
política para operar con normalidad en un régimen democrático moderno. Algo que
fue reiteradamente resuelto con la intervención sustitutoria de los poderes fácticos.
En el inicio de la transición, la presencia de esa disyuntiva todavía se hizo
manifiesta. La crisis de la UCD fue encarada por un sector duro del aparato
militar, dispuesto a compensar de nuevo la crisis de representación de la
derecha. Pero la modernización de la sociedad española ya estaba demasiado
avanzada para esos viejos lances. Incluso desde la derecha política se rechazó
esa alternativa, para tomarse en serio la construcción de una fuerza civil de
derechas (y en ese sentido, el papel de Fraga fue fundamental).
Sin embargo, todavía cabía la
pregunta de si Alianza Popular y después el Partido Popular eran algo más que
una derecha tramontana ideológicamente heredera del franquismo. El propio
Felipe González dio una respuesta positiva a este supuesto, planteando el voto
del miedo (al franquismo) en su última confrontación electoral, que no tuvo
demasiado éxito. En realidad, el Gobierno Aznar fue la demostración de que el
PP podía constituir una fuerza de derechas, capaz de operar con normalidad en
un sistema democrático moderno. Pero como se ha insistido últimamente, la
sociedad española tiene muchas vetas en el campo conservador: por ejemplo, las
encuestas muestran que los votantes PP son firmes partidarios del Estado de
Bienestar. En suma, que para consolidar una fuerza política moderna de orden
europeo, el corrimiento del PP hacia el centroderecha resulta bastante
necesario. Y esa culminación del proceso constituye la aspiración
político-ideológica de Rajoy.
Desafortunadamente, eso parecía mucho
más claro en un período de bonanza económica; pero hoy la cuestión es ¿cómo
consolidar un proyecto de centroderecha en medio de lo que está cayendo? Rubalcaba
sabe que hace trampa cuando afirma que el Gobierno de Rajoy aprovecha la crisis
para impulsar un retroceso ideológico. Se ha olvidado demasiado pronto que
perteneció a un Gobierno supuestamente ultraprogresista, que no tuvo más
remedio que iniciar el recorte duro de la democracia. No, como ya hemos
apuntado en ocasiones anteriores, Rajoy no ha tenido mucha suerte: su ilusión
por pasar a la historia como el líder de la consolidación centrista de la
derecha española, ha tropezado con la peor crisis económica de la transición
española. Y ya en este mes de febrero la presión social acaba de estallarle en
la cara y amenaza con escalar en el futuro. Y lo lógico es que eso introduzca
un debate interno dentro del PP acerca de cómo responder, de cómo negociar la
reforma laboral, por ejemplo. La unidad política que ha reflejado el PP en su
reciente Congreso, no podrá mantenerse aisladamente, al margen del clima social
externo. No son buenos tiempos para la lírica centrista, lástima.