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Menores

Menores

Los hechos  han saltado  a la opinión pública cuando,  normalmente, no deberían haber   desbordado los límites  del domicilio familiar, si lo cierto  era lo sucedido   en la primera  versión conocida,  según la cual el pasado 28 de febrero en la localidad jienense de Baeza, unos padres  (en  trámite  de separación) castigan a una  adolescente de 16 años sin salir de casa, la joven los denuncia y la Guardia Civil detiene al matrimonio. Según  otra versión -esta última más cercana a fuentes judiciales y de la Guardia Civil, aunque  el asunto está aún sin cerrar-, las cosas suceden de este otro modo:   La menor se encuentra recluida en un chalé en construcción ubicado "en medio del campo, a donde su padre le lleva comida dos días a la semana. El resto del tiempo está sola, con  miedo. Un día intenta huir  del chalé y cuando  puede hacerlo, denuncia los hechos  a la Guardia Civil y ésta los pone en conocimiento del Juzgado.

Sin saber  aún  exactamente qué es lo que ha pasado, el hecho es que  ha intervenido  un juez, que ha imputado al padre -en la fase inicial del proceso- por un presunto delito de detención ilegal, y  que la menor es acogida en un centro de la Junta de Andalucía. Si los hechos reales  han  sido  como  apunta la segunda versión, es lógico  que la cosa terminara en un juzgado. Pero   la opinión pública  parece haberse quedado en la primera -la detención de un padre por  castigar a su hija adolescente-,   y ha  levantado un revuelo  generalizado  provocando   una polémica,   probablemente latente en el  seno de nuestra sociedad, sobre   un aspecto  de las nuevas relaciones   familiares que se están dando en estos tiempos  convulsos, críticos y de cambios profundos.   La cuestión  que  nos atañe a todos  sería  la de responder a estas dos   preguntas:   ¿hasta dónde llega la autoridad de los padres? O,  si  Vd. quiere y, dicho de otra forma, ¿hasta dónde llegan los derechos de los hijos menores de edad?

Relaciones difíciles

El Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, en un  alarde de sentido común, dijo, poco después de que se conociese la  primera versión de la noticia, que  "'Media España estaría condenada' por castigar a una hija sin salir de casa". Y  es cierto porque   la profusión de  normas legales,    en  nuestro país, en  defensa del menor gestadas en los últimos años  -alguno de cuyos aspectos, por cierto, están siendo  últimamente muy cuestionados- han provocado  un efecto  seguramente no buscado, pero igualmente  plausible: el desconcierto, la duda  y hasta el temor  de los padres a la hora de actuar,  que es tanto como decir  a la hora de educar a sus hijos, sobre todo, si están en   la adolescencia.     La autoridad  -nótese  que  hablo de autoridad, no de poder- es necesaria  en  toda organización  y, evidentemente, la familia  no es una excepción a esta regla. A   los padres, que  son quienes  la detentan,  corresponde  marcar   claramente las normas  de actuación y convivencia, fijar los límites y, por último,  señalar   los  premios y castigos  que  su seguimiento o su  trasgresión  llevan  inevitablemente aparejadas. Con estos  simples  y claros  "reglamentos"  no escritos  hasta hace  cuatro días, la institución familiar ha  permanecido  esencialmente  igual a lo largo de los siglos.


Ley del Menor

La legislación   producida   en España, y ,en especial,  la Ley del Menor, supongo  que ha   generado  la protección legal   que  pretendía   para los menores de edad pero, al mismo tiempo,  en las familias  "normales", es decir, en  el   noventa y muchos por ciento de los casos, para los que no se hizo la ley, ha provocado   también una sensación de inseguridad, de  confusión, de duda  respecto a si las actuaciones  que venían dándose  en  todas las familias   a lo largo de todos los tiempos inmediatamente anteriores  (entre padres, abuelos bisabuelos  y hasta tatarabuelos  de los padres actuales) ,eran o no las apropiadas. Me refiero  al  castigo  ejemplar  que tienen que aplicar  los progenitores  y  que supone  dejar  un tiempo al niño  o jovenzuelo en la habitación  sin salir; quitarle  la  siempre escasa paga semanal;  dejarlo sin TV, PSP o Nintendo o, en último extremo,  darle un   cachete  corrector en el culo, -incluso  producidos  en el momento adecuado-, son  o no  hoy en día  castigos  apropiados.   

Esa situación  de   "culpa"  paterna  es percibida, consciente o inconscientemente,  por nuestros hijos  que, además, son cada  día más  avispados, y  la aprovechan   extraordinariamente  para  "salirse con la suya", por supuesto, al margen  de que  ésta  sea o no  lo más  adecuado  para  ellos. Y si  a esta circunstancia  le sumamos   la falta de  valores comunes  existentes en nuestra sociedad -a diferencia de  las de épocas pasadas-, en las que  había un cierto  y generalizado consenso social  respecto  a estos; si le añadimos  también y, consecuentemente, una falta  cada vez mayor  de control   social  de esos "mínimos" (respeto a los mayores, cuidado  de   los  elementos  comunes de uso  social -parques, jardines , bancos, etc...-); y si, por último,  le sumamos también  el individualismo  atroz  en que  nos ha sumido  esta sociedad  postmoderna  que  nos aconseja  mirar  hacia delante incluso cuando contemplamos  que un grupo de adolescentes   está importunando  a un  anciano, a una mujer  o a  otro joven  en plena calle o en  el transporte público, tenemos   ya  el retrato perfecto  de una sociedad  que, de seguir por este  camino, tiene  ya sus días  contados.