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Repartir pobreza

Repartir pobreza

jueves 03 de mayo de 2012, 08:21h
    Quizá sea a la fuerza, acaso sea más que discutible, posiblemente no haya otro remedio, pero el nuevo Gobierno, que ya lleva camino de medio año en el trapecio, se ha encontrado con las arcas vacías y tiene que intentar sacar unos euros de pura subsistencia incluso de donde no los hay, lo cual es un milagro imposible.

     En lugar de planificar, de acuerdo con los patrimonios y los ingresos, una política coherente, pública y racional de recaudación, se ha ido por atajos improvisados y por ocurrencias de emergencia. Se les hace pagar una parte de las medicinas a los jubilados, como si ese dinero de su pobre pensión les sobrase. Se programa que los enfermos hospitalarios paguen su estancia y su alimentación, cuando ya las han pagado de antemano (y a la fuerza) con sus impuestos. Se argumenta, en fin, con que unos ocho euros al mes que se les arrebatan al jubilado no van a ningún sitio, equivalen a un café a la semana, son una minucia, cuando hay cientos de miles de españoles para quienes esos ocho euros son sagrados e imprescindibles. Se suben unos céntimos los precios de la gasolina, tapándose los ojos para ignorar que alguien los acabará pagando porque todo impuesto se repercute y ha de cargar con él el último de la fila. Se sube el precio de la electricidad o del butano, como si el ama de casa no se fijase, no se enterase y no conservase, para compararla minuciosamente, la factura del mes anterior.

     Da la impresión, en fin, de que vivimos en una selva improvisada en que, al contrario de los bandoleros de las mejores partidas de Sierra Morena, el Estado entra a saco en la múltiple y pobre bolsa de los pobres para justificarse ante Bruselas, Berlín, París o Wáshington. El lema erróneo es éste: "un euro no va a ningún sitio". Pero la realidad es otra: un euro es sagrado, algo que hemos aprendido en los tiempos de la burbuja inmobiliaria y de la cultura del pelotazo... España es una sucesión de mesas desiguales e incoherentes, y todos hemos visto en una de ellas una propina de cien o de más euros, y todos hemos visto a su lado a un pobre hombre buscando unos céntimos, desesperadamente, por el suelo, quizá para pagar el pan de anteayer. Y ese hombre del que abusan ya se está rebelando, ya le hierve la sangre de tanta humillación. Porque, amigos, las trampas de las cuentas del Gobierno también las carga el diablo, pero no es justo que sólo las paguen los más pobres.
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