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¿Quiere usted casarse conmigo, caballero?

¿Quiere usted casarse conmigo, caballero?

martes 15 de mayo de 2012, 10:59h
Aún no responda, pues no está usted seguro de poder llamar a lo nuestro matrimonio. Si los planes de Barack Obama salieran adelante, viviéramos en Estados Unidos, y su respuesta fuera, finalmente, afirmativa, temblarían las perdices viéndonos, finalmente, tan felices. 

En España le sugiero esperar a Eurovegas, para poder ser casados en una wedding chapel meseteña por nuestra versión local de Elvis; un sosias de Mike Ríos, por ejemplo, investido legalmente para tales funciones por don Desmarque Gallardón; la voz discrepante en el Partido Popular sobre la constitucionalidad del matrimonio homosexual; los populares han recurrido ante el Tribunal Constitucional la ley del matrimonio gay. El problema parece estar en el término "matrimonio" como concepto reservado a hombre y mujer. La heterosexual parece ser la única unión "sana" y "adecuada" para criar hijos según las normas de la más estricta calipedia; cuya etimología deriva del griego kalos. No me puedo resistir a incluir su preciosa definición; "el arte quimérico de procrear hijos hermosos". Por supuesto el amplio concepto griego de kalos no sólo implica lo bello; también bondad, salud y equilibrio. Y ahora fijémonos en el "quimérico" en el sentido de "imaginado sin fundamento"; muy raramente las parejas "normales" heterosexuales crían hijos calipédicos. No digamos las disfuncionales o marginales, aunque estén compuestas de varón y mujer, cuando no saben educar, ni criar, ni, en muchos casos amar a sus hijos biológicos. El concepto según el cual los niños deben ser protegidos de la adopción por parejas homosexuales es tremendo. Implica creer que la homosexualidad es una perversión incontrolable y/o una enfermedad trasmisible por convivencia, y no una opción más, como que le gusten a usted rubias o morenas, gordos o flacos, altas o bajas, militares o hippies, culés o colchoneros. En esta última opción evite, por favor el chiste fácil, caballero. Ya sabemos que la liga la han ganado los merengues. 

Si a lo largo del tiempo y en todas las culturas en las que existe el matrimonio hay un rasgo casi universal en esa institución, ese rasgo es el de establecer alianzas entre familias, clanes, tribus o reinos. Y en un plano secundario se sitúan los hijos. La Iglesia Católica sólo empieza a preocuparse por la regulación canónica del matrimonio cuando empiezan a consolidarse, en torno al año 1000, los primeros reinos europeos nacidos de las invasiones bárbaras o de la desmembración del Imperio Carolingio. Entonces es cuando Roma atisba el enorme poder de detentar la llave de la legitimidad de los herederos a una corona, o el provecho económico y político de declarar nulo un matrimonio como el de Enrique VIII y Catalina de Aragón. O negarse a ello. Por eso se arroga el derecho de definir los requisitos de un matrimonio válido. Ya sabe, caballero, consumarlo, y, lástima en nuestro caso, compartir la firme voluntad de tener hijos. Aunque no siempre. El rey de Inglaterra Eduardo el Confesor, necesitado de una alianza con los sajones casó con Edith, hija del conde sajón de Wessex. Pero Eduardo ya avisó, le ligaba un antiguo voto de castidad, y no estaba dispuesto ni a consumar el sacramento ni a tener hijos. Pese a ello, o por ello, la Iglesia Católica le casó primero y le elevó a los altares después como santo patrón de los reyes y de los matrimonios problemáticos. Ya sabe, caballero, a quien encomendarnos si lo nuestro no va bien. Por cierto, la Iglesia llama a estos casamientos sin sexo "matrimonios santos".

Ese matrimonio de Eduardo y Edith revela la verdadera cara del matrimonio; alianzas. Si predomina el concepto de monogamia y no el de la poligamia o la poliandria es porque cada nueva pareja debilita y devalúa las alianzas establecidas por la primera unión. Un estudio antropológico sobre 109 culturas revela que sólo 48, menos de la mitad, prohíbe el sexo fuera del matrimonio tanto al marido como a la esposa. ¿Lo ve caballero? Puede usted estar tranquilo; en la mayoría de las culturas el sexo nada tiene que ver con el matrimonio, como bien sabía Eduardo el Confesor y saben tantas parejas casadas. Como en Sudán o China, donde es posible casarse con un fantasma. No, no me refiero al Bigotes, sino a un muerto. Un cadáver, vaya, porque lo importante son las alianzas entre familias y no tener que invocar los buenos oficios del rey Eduardo por problemillas domésticos. Los Luo, en Kenia tienen un refrán: "son nuestros enemigos; casémonos con ellos". No caballero, no, el matrimonio no es una venganza en este caso, es la forma de hacer las paces, es, en todo caso, un sacrificio por razones de estado. Los Kwakiutl de la Columbia Británica pueden formalizar sus matrimonios entre un individuo y un perro, o entre un individuo y el pie de otro. O cualquier otro miembro de su cuerpo; escoja caballero. Siempre que el perro o el miembro sean de otro clan con el que interese estrechar relaciones, claro.

La prohibición del incesto no sólo tiene una causa biológica o genética. Es también una forma favorecer la exogamia; el matrimonio con extraños a la familia, porque esas son las alianzas interesantes. En Occidente, el vacío de poder dejado por la Iglesia va siendo ocupado por el Estado. Es éste ahora el que impone normas sobre la familia, el matrimonio o el sexo. La pareja de hermanos de La Coruña ha podido inscribir a sus hijos en el libro de familia, pero en Alemania hubieran sido sentenciados a una pena de dos a tres años de cárcel. Cosas de la obsesión germana con la genética y la eugenesia. En su caso, caballero, deberá entregarme un completo mapa de su genoma detallando toda enfermedad congénita. ¿Acabará siendo una exigencia administrativa para autorizar la procreación? Puede que hasta el matrimonio. Pero siempre nos quedarán las orillas del lago Lugu, en la provincia de Yunnan, en China. Sobrevive allí una cultura que desconoce tradicionalmente el concepto de matrimonio; los Na o Mosuo; un matriarcado donde los haya, y los hijos crecen tan felices o infelices como en todas partes, pero no suelen saber nunca la identidad de su padre biológico. 

Ya ve, caballero, que hay tantos conceptos de matrimonio como culturas; heterosexuales, homosexuales, monógamos, polígamos, poliándricos, con hijos, sin hijos y hasta sin matrimonio. Al final el problema se reduce a una convención semántica; aceptar pulpo como animal de compañía; y conste, caballero, que ni remotamente le llamo pulpo; ni siquiera animal, y ya veremos de compañía si el constitucional ilegaliza lo nuestro.

En cuanto a los hijos qué quiere que le diga, caballero. Yo estoy convencido; Federico García Lorca y su novio Juan Ramírez de Lucas hubieran sido unos estupendos padres de adopción.Y si nosotros no podemos tenerlos consuélese, siendo ya siete mil millones de seres humanos sobre la tierra, y creciendo aceleradamente el planeta y la humanidad doliente podrán pasar sin nuestros hijos. Porque somos una sociedad de individuos, no de familias. Ya no hay que perpetuar linajes, ni multiplicarnos obedeciendo mandatos bíblicos. Engendrar hijos es una opción más, como tener bañera de hidromasaje; esta también es antiecológica, pero bastante menos que los críos, por otro lado es más barata, no suspende ni llega tarde a casa y en muchos casos da más satisfacciones. Y lo mejor; nunca se casará con alguien que no nos guste, caballero. Que empiezan eligiendo con quien se casan, se acostumbran y luego quieren elegir hasta el sexo de su cónyuge. O si es bulldog o golden retriever. Espero, al menos, haber distraído por un momento su atención de los apocalípticos de la crisis. Ya me dirá.
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