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Qué se joda el capitán...

Qué se joda el capitán...

martes 22 de mayo de 2012, 20:30h
Que no me como el rancho. Al grano. Las huelgas son armas económicas perfiladas en el siglo XIX, en sociedades agrarias e industriales con empresas, en general, muy atomizadas. Se planteaban como un pulso indefinido al patrón que veía peligrar su cosecha sin recoger. O día tras día la mina parada, con toda la cuantiosa inversión en maquinaria oxidándose, préstamos que devolver al banco y la competencia ganando mercado. Por no hablar de las pérdidas en las fábricas, con unos costes fijos diarios altísimos aún sin pagar jornales, materias primas deteriorándose, pedidos sin atender y otros fabricantes quedándose con unos clientes que no resultaban perjudicados. Era una bronca entre dos partes; unos sin sueldos, otros con pérdidas; quien aguantaba el pulso más tiempo ganaba. 

Además de contar con la simpatía suscitada siempre por David cuando se enfrenta a Goliat, hay toda una épica obrera en esas huelgas, muchas de las cuales acabaron en auténticas masacres de trabajadores, con decenas de muertos jalonando cada conquista de un derecho laboral.
¿Y cuando se trata de una sociedad de servicios del siglo XXI? pues dos de los sectores más perjudicados en este tipo de economía, los pensionistas y los parados no pueden hacer huelga, como no sea de hambre. Y con los estudiantes pasa algo parecido; sus días de huelga son pólvora mojada, no computan en la contabilidad de ninguna empresa.

¿Y una huelga de un día cuando se trata de la educación pública en una sociedad de servicios del siglo XXI? Pues es empeñarse en usar un arma del siglo XIX; como combatir a los talibanes afganos con una navaja cachicuerna y un trabuco naranjero. No tenemos muchas más armas, es cierto, pero duele ver como los talibanes se mueren de risa con algo más dañino para quien empuña la culata que para quien está en el punto de mira.

Cada profesor de la educación pública pierde, de media, 130 euros por cada día de huelga. Multiplíquese esa cifra por los miles y miles de docentes que se han sumado a la convocatoria y comprobaremos como la administración ha recortado, en un solo día, decenas de millones de euros en educación. Y la huelga no le supone ningún gasto añadido. Y aquí no se pierden clientes, no hay lucro cesante ni competencia quedándose con el mercado. El objetivo de esa administración no es recoger una cosecha a punto de perderse, ni sacar carbón de una mina, ni poner en marcha una cadena de producción parada. Su objetivo es reducir la inversión en educación del 5'2 % del PIB al 3'9 %. Así, en la enseñanza pública, cada día de huelga ayuda más a la administración en la consecución de ese objetivo. Y ni siquiera se puede contar con la simpatía de la opinión pública hacia David, pues la administración sabe jugar, paradójicamente, la carta de presentar a sus propios empleados, los funcionarios, como vagos apoltronados, blanco de las envidias generales en tiempos de precariedad laboral y desempleo. 

¿Qué hacer pues? Manifestarse sí, patalear también, enseñar a pensar sobre todo, pero desde luego huelga no. Algún sindicato, como el del profesorado extremeño, ha pedido que la administración destine los millones de euros de descuento del día de la huelga al mantenimiento de las plantillas. Es lógico. Ahora mismo no sabemos si esos recortes asumidos voluntariamente por los huelguistas se van a dedicar a rescatar bancos privados o a pagar indemnizaciones a los directivos despedidos de las cajas mal gestionadas. Y la única herramienta del sindicato de profesores extremeños para conseguir sus propuestas es hacer más huelgas. ¡Línea, cartón y bingo! Cantará la administración si le toca así la lotería.
Otra cosa puede ser, sin regalar dinero a la administración, atorar con guijarros los engranajes administrativos. Estamos en fechas de selectividad, y los expedientes del alumnado pueden demorarse, perderse... Y en junio el porcentaje de las titulaciones de la ESO podría ser cero, no respondiendo a las expectativas de los responsables ministeriales o de las consejerías. Todos esos repetidores aumentarían el número de profesores necesarios aumentando los gastos de la administración. ¿Qué es una burrada? ¿Qué perjudica a los alumnos usándolos de rehenes? Pues claro; como los días de clase perdidos por la huelga, pero parece que el fin a largo plazo justifica los trabucos naranjeros cortoplacistas. Sería más efectivo recoger firmas para una iniciativa legislativa popular que quedarnos sin comer el rancho para joder al capitán. O que perjudicar a los clientes para ganarle el pulso al patrón.

Por las malas no vamos a resolver el problema presupuestario de la educación pública. Queda el recurso del voto, Internet, y aunque sólo sea a beneficio del debate hagamos una propuesta constructiva. Una iniciativa legislativa popular. O un pacto de Estado; recórtese de otras partidas lo que sea necesario para garantizar por ley un aumento mínimo anual del presupuesto educativo del 0'25 % hasta alcanzar a los países europeos que más invierten en futuro. Con absoluta transparencia. Y una cuenta en el Banco de España destinada, sólo, a la educación pública en la que poder ingresar donaciones. Como las de 130 euros de cada día de huelga, pero desgravables y sin dejar de trabajar con los alumnos. Garantizando además su capítulo de destino presupuestario en educación; y con la salvaguarda legal de que la administración solo podrá hacer uso de esos fondos si previamente aumenta ese porcentaje del PIB dedicado a la inversión en educación, quedando mientras tanto en depósito. Con la misma total transparencia. Eso sería también un ejemplo de democracia directa, decidiendo por nosotros mismos el destino educativo de nuestro dinero y de una parte, al menos, de nuestros impuestos.

Hemos sabido por Unicef que uno de cada cuatro niños españoles está hoy por debajo del umbral de la pobreza. Con ese dinero se podría garantizar una escolaridad universal de calidad, generalizando la etapa de 0 a 3 años, e invirtiendo en la Educación Infantil, y en la Primaria, las etapas más importantes en la formación de una persona, según sabemos desde Freud y Piaget. Y como además de alimentar las mentes también hay que comerse el rancho del capitán, becas de comedor y talleres de fruta para todos esos niños que lo necesitan, antes de que vuelva a menguar la estatura media nacional y rebrote el raquitismo, la avitaminosis y otras lacras olvidadas hace años.
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