Pero ¿por qué no ahora el debate sobre el estado de la nación?

Pero ¿por qué no convoca ahora, ya mismo, el debate sobre el estado de la nación?. ¿A qué espera? Existe una cierta coincidencia en pensar que Mariano Rajoy ha cerrado, con mayor fortuna que fracaso, algunas de las carpetas más conflictivas que tenía sobre la mesa. Ha salido no solo indemne, sino como uno de los dos aparentes triunfadores, de la dificilísima cumbre europea que finalmente atendió las demandas españolas e italianas. Se han resuelto, aunque en algún caso haya sido a trompicones, algunas cuestiones políticas delicadas y hasta bochornosas, como la situación en el Consejo del Poder Judicial -sin embargo, el tema aún va a traer cola--, en el Tribunal Constitucional o en RTVE. Rajoy dispone de cierto consenso con los nacionalistas y hasta con los socialistas en temas europeos, le apoyan inequívocamente la empresa y la banca y no le hostigan (demasiado) los sindicatos.

 Entonces, ¿por qué no lo hace?

Es obvio que yo no tengo la respuesta. Los tiempos de Mariano Rajoy son indescifrables. Pero no está claro que sean mejores que los de los críticos que le piden que celebre ya ese debate, en el que se repasarán los muchos acontecimientos de este semestre de pesadilla, en el que ha habido mucho de improvisación, no poco de engaño, algunas toneladas de cesiones a las euroexigencias...pero que ha acabado con un Gobierno tambaleante manteniéndose en pie y sin que su presidente parezca haberse despeinado demasiado. Puede que haya incurrido en multitud de contradicciones, pero el Rajoy imperturbable, que primero se acercó a Merkel, luego a Hollande y que se abrazará este domingo en el campo de futbol con Mario Monti, sea cual sea el resultado de la final de la Eurocopa, sigue ahí, aferrado al timón loco cuando ya la tormenta -confío en no equivocarme-amaina y la escollera se aleja.

Creo que hay muchos motivos para criticar al gélido Rajoy, pero hay más razones aún para desear que el Gobierno, presidido por Rajoy el impasible, que al fin y al cabo hace siete meses obtuvo mayoría absoluta, se mantenga sin demasiadas turbulencias, entre otras cosas porque, hoy por hoy, es el único Gobierno posible antes de que pudiera ocurrir una debacle política a la italiana o a la griega. En España se han tambaleado la Corona, el Tribunal Constitucional, el Consejo del Poder Judicial, el Banco de España y los bancos privados y públicos, la Universidad, los partidos, la televisión pública -a ver qué ocurre ahora en la etapa posterior a ese buen responsable de informativos que fue Fran Llorente-y hasta se ha zarandeado a la Iglesia. Casi todos esos huracanes se han aquietado bastante; solo nos faltaba ahora que una intervención europea sobre el Estado hiciese caer al Ejecutivo.

Pienso que un debate sobre el estado de la nación, en el que ocasión habría de reflexionar sobre errores, pero también sobre aciertos, fortalecería a Rajoy mucho más de lo que le debilitaría. Fortalecería a Rubalcaba, sometido a ciertas tensiones en el seno de su partido, donde se le acusa, creo, de "excesivamente pactista", mucho más de lo que pudiese perjudicar a su liderazgo del PSOE. Daría protagonismo a los grupos 'disidentes', lo que no les vendría nada mal, y a los nacionalistas que no tienen sino que ganar con este acontecimiento parlamentario. Un buen negocio es el que conviene a todas las partes, ya se sabe.

Y, si usted está de acuerdo conmigo en que la economía es, sobre todo, política, ¿no le parece que una clarificación de posiciones, una explicación de muchas cosas que desconocemos, ahora que ello es posible, contribuiría a bajar la dichosa prima de riesgo y a que suban los valores del Ibex, que es de lo que se trata? Pues eso: ¿a qué espera, señor Rajoy? ¿Que un debate como este implica riesgos políticos? Pues claro. Pero ¿qué es un estadista, sino alguien que sabe asumir algunos riesgos para obtener beneficios para todos?