Las comparecencias sobre Bankia son tan inútiles como un
frigorífico en un iglú. En vez de buscar respuestas concretas de Elena Salgado, Rato, Fernández Ordóñez
y demás implicados en su hundimiento, las sesiones del Congreso sólo aspiran al
lucimiento de los diputados participantes. Así de triste.
Eso puede apreciarse en esas larguísimas preguntas de
hasta diez minutos de duración, que en vez de plantear cuestión alguna parecen
aburridas tesis doctorales. Ante ellas, claro, los comparecientes se escabullen
con otros monólogos aun más prolijos.
Todo lo contrario de lo que ocurre en los comités del
Senado estadounidense: en ellos, las preguntas son tan precisas y directas que
prácticamente exigen monosílabos como respuesta. ¡Y ay de quien no conteste con
concisión!
Algo
parecido sucede en Parlamento británico, donde recientemente se acorraló a Rupert Murdoch, a su hijo James y a Rebekah Brooks sobre las escuchas ilegales del News of the World. De haberse celebrado esas sesiones en España,
los susodichos aún seguirían tan ricamente como antes de su comparecencia
parlamentaria.
Alguien
dijo que lo mejor para enterrar un asunto en nuestro país es crear un comité: a
causa de la inutilidad de sus debates y de la inanidad de sus conclusiones.
Las
comisiones del Congreso de Diputados resultan incluso más inocuas: el bla, bla,
bla parlamentario sólo refleja prejuicios partidistas, carencia de ideas y dificultad
para expresarlas. Por eso, aquellos diputados que apenas si tienen oportunidades
de manifestarse, aprovechan esos quince minutos de protagonismo sobre los que
ironizaba Andy Warhol.