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Juegos Olímpicos, la última frontera

Juegos Olímpicos, la última frontera

lunes 30 de julio de 2012, 09:31h
¿Por qué en los JJ OO competimos agrupados por países? Allí se debería competir sin procedencia definida porque de lo que se trata es de ver de lo que somos capaces como humanos, en cualquier ámbito. Los JJOO son solo una metáfora.

¿Cómo no sentir admiración de aquel nadador que no sabía nadar? Eric Moussambani, Guinea Ecuatorial, perdió en las Olimpiadas de Sydney 2000 nadando contra sí mismo. Su suerte fue no atragantarse: en su país no había más que dos piscinas, y nunca había nadado cien metros continuos. Perdió, pero consiguió la verdadera gloria del Citius, altius, fortius, más rápido, más alto, más fuerte: suoerarse a sí mismo. En Sydney su marca fue de 112 segundos, el peor registro de natación en la historia de las olimpiadas.

Los calcetines negros, de vestir, del ciclista colombiano Rigoberto Urán fueron motivo de comentarios por algunos medios sajones que acaso no entienden la carrera de obstáculos que este medallista olímpico debió atravesar desde el desierto del asesinato de su padre hasta el podio londinense; la travesía recorrida desde un país donde unas zapatillas deportivas son dos veces más caras que en el Reino Unido y el salario mínimo es cuatro veces menor.

Cuando Eric Moussambani aterrizó en Australia en el año 2000 lo llevaron a ver la piscina en la que iba a competir. Moussambani nunca había visto una piscina olímpica. Tenía veintidós años y era la primera vez que salía de su país. "No puedo hacerlo", apenas había aprendido a nadar hacía tres meses, dicen que en un río infestado de cocodrilos. Los entrenamientos más técnicos los realizó en la piscina de veinte metros de un lujoso hotel de su país, pero solo unos pocos días y nunca en fin de semana, para eso le quedaba el río.

En las eliminatorias Moussambani debía competir contra Farkhod Oripov, de Tayikistán, y Karim Bare, de Nigeria. Eran los peores del mundo y estaban  muy nerviosos. Bare y Oripov, calles tres y cuatro; Moussambani, calle cinco: su tiempo era el peor de todos. Sus contendores se lanzaron dos veces en falso, descalificados por la doble falta, Moussambani se quedó solo ante la piscina y quince mil espectadores. El reglamento le exigía nadar contra sí mismo.

Saltó. Escuchó la sirena primero y saltó. Nadó como no lo había hecho nunca, compitiendo contra sí mismo y su pundonor, la piscina enorme y vacía se lo tragaba literalmente; fuera, risas y aplausos que Eric no podía oír. Completó el primer tramo y dio una vuelta más cómica que olímpica para darse impulso. El cansancio era evidente, ya no coordinaba con precisión, veía la raya de las calles en el fondo, no podía torcerse. Su velocidad disminuyó dramáticamente, las risas y aplausos eran ya silencio y tiempo en suspenso: la cámara subacuática mostraba el tremendo esfuerzo del héroe sin gesta.

Últimos 25 metros. No tiene fuelle. A pesar de saberse solo, a pesar de saber que podía tomarse el tiempo que necesitara, echó todo su valor y su potencia fuera de sí y dio cuanto en él había. Todavía faltan 20 metros, pesados, dolorosos y lejanísimos.

No siente los brazos ni las piernas. Tampoco duelen. Sabe que tiene que mantenerse concentrado. No va a llegar, no llega. Parece que trabuca la respiración, se frena, va a caer... no, sigue pero no tiene fuerzas..., se mueve mucho pero no avanza. El dolor en sus músculos es palpable y el desespero de sus manotadas buscando moverse hacia adelante. No ve el final, no puede verlo.

El público aplaude, quedan pocos metros, se ponen de pie, no se sabe..., puede que sí..., no, cae, definit..., no, se recupera, da otra brazada y otra más y aún otra, aguanta, otra más y... llegó: el peor tiempo en la historia de los juegos olímpicos, pero llegó.

Llegó.

¿Importa el guarismo? Puso a su país en la primera página de todos los periódicos y cuanto informativo deportivo se preciara no dejó de abrir con las imágenes, bellas, del pundonor y la autosuperación.

"Lo importante no es ganar, sino participar" es la segunda mentira más gorda de la humanidad. Afortunademente, de tanto en vez aparece un Eric Moussambani que nos reconcilia con nosotros mismos: lo importante no es ganar, sino dar lo mejor de cada uno.
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