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Les coses clares i la xocolata nacionalista

Les coses clares i la xocolata nacionalista

martes 11 de septiembre de 2012, 07:54h
Desde hace muchos años he creído que una de las claves, o quizás "la" clave del éxito, ya sea político, militar o empresarial es la anticipación. Tener la iniciativa, vaya. Para eso es imprescindible una cierta capacidad de anticipación. ¿Por qué nuestros políticos van siempre a remolque de los acontecimientos? Parcheando, apañando chapuzas, e invariablemente dejando que todo se pudra para llegar con la fregona cuando el desastre es ya tan evidente que no se puede seguir barriendo debajo de la alfombra. Zapatero demostró, con la negación reiterada de la crisis, ser un virtuoso en el arte de decir "cariño, eso no es lo que parece y el que sale en ese video no soy yo". Pero en las mañas de refutar la evidencia, Rajoy demostró estar a su altura, cuando definió el espeso veneno que vomitaba el Prestige como "hilillos de plastilina", hasta que toda la costa noroeste estuvo cubierta de una gruesa capa letal, cuyos restos, diez años después, aún son visibles en muchas rocas del litoral.

¿Vamos a seguir negando la evidencia de las encuestas y la Diada en Cataluña? ¿Que las elecciones en Euskadi las van a ganar el PNV y Bildu? Los nacionalistas periféricos llevan tomando la iniciativa desde la Transición. Una y otra vez. A lo largo de treinta y siete años. Treinta y siete años amagando con la independencia para obtener ventajas económicas, políticas, laborales o fiscales impensables para otros españoles mientras se enmascaran en el victimismo anasagastiano. ¿Vamos a seguir así?

Desempolvemos la bola de cristal; en 1906 existían en Europa 24 estados soberanos. En 1956 ya eran 34, y en el 2006 los estados sumaban 47. Hoy podríamos contar hasta 54 si incluimos la República Turca del Norte de Chipre, Absajia. Kosovo u Osetia del Sur. Pero en Europa se han catalogado hasta 234 lenguas distintas, ni siquiera homogéneamente repartidas. Si a cada una le corresponde una nación soberana e independiente, la fragmentación política de ese neofeudalismo convertirá los mini estados europeos en galletitas saladas de aperitivo en un mundo de voraces gigantes geopolíticos y económicos.

Pero el Partido Popular Europeo, sin negarse en principio a la independencia de nadie, podría, por iniciativa de Mariano Rajoy, impulsar en el Parlamento Europeo una decisión legislativa, similar a la "Clarity Act" aprobada por el legislativo canadiense en el año 2000.

Como recordarán, esa "Ley de Claridad" establece las condiciones para la autodeterminación y secesión de Quebec, y en concreto exige la falta de ambigüedad en la pregunta del referéndum, una clara mayoría (y no sólo una simple) a favor de esa secesión, y una evaluación cualitativa necesaria de esa mayoría para determinar sus circunstancias, considerando a la Cámara de los Comunes de Canadá el único interprete válido de esa desambiguación y de la cuantificación y cualificación de esa mayoría. 

En España la Constitución no admite más referéndum que los previstos en los artículos 167, 168, 151.2 para aprobación o reforma de los estatutos de autonomía o la incorporación de Navarra al País Vasco. También admite los consultivos o no vinculantes del artículo 92, pero no parece que eso vaya a frenar a los secesionistas vascos o catalanes en sus reivindicaciones. Por eso es necesario puentear la Constitución, es necesaria una iniciativa política para impulsar una decisión legislativa del Parlamento Europeo, estableciendo que la secesión es algo muy serio, no el berrinche de una Diada, ni el delirio sabiniano de una raza pura y elegida o la ofuscación de la Liga Norte con la Padania.

De hecho, conociendo los precedentes balcánicos, esa "Clarity Act" europea debería incluir una disposición rechazando el distrito único como espacio para ejercer el voto. Es decir, se deberían respetar los diferentes distritos electorales preexistentes incluidos en la patria proyectada, y respetar el resultado del referéndum en esos distritos electorales, de modo que si Barcelona, o el territorio histórico de Álava, o el de Vizcaya, o un municipio como San Sebastián, votará mayoritariamente "no" a la secesión, habría que respetar su derecho a decidir, y no se les podría imponer la decisión de independizarse. Y eso, tan democrático, habría que dejarlo bien claro antes de que los acontecimientos nos superen.

Veamos, como ejemplo, el más reciente de esos precedentes balcánicos; Kosovo se declaró, unilateralmente y sin referéndum, independiente en el 2008. Pero no se consideró la realidad de una población mayoritariamente serbia en el norte del territorio. Esos ciudadanos, que no se consideran kosovares, se organizaron, soberanamente, en la Asamblea Comunitaria de Kosovo y Metohija. En febrero de este año los serbios convocaron un referéndum en Zubin, Leposavic, Potok, Zvecan y Kosovska Mitrovica. Se preguntó a los votantes de estas comarcas si aceptaban formar parte del la República de Kosovo, y el 99'74 % votó que no. ¿Y ahora qué? ¿Respetamos el derecho de autodeterminación de esos serbios dentro de Kosovo? ¿Su derecho a decidir? ¿Pondrán bombas y pegarán tiros en la nuca hasta conseguir su objetivo? No se deberían repetir en Europa casos como la declaración unilateral de independencia del Parlamento de Kosovo en el 2008. Pero tampoco ir calentando motores en los tanques de las brigadas acorazadas, pues "la violencia es el último recurso del incompetente", por citar a Isaac Asimov.

Por supuesto los nacionalistas periféricos querrán imponer un distrito electoral único para un referéndum independentista, y acusarían a la Ley de Claridad, y a quien la impulse, de practicar el charcutage o el gerrymandering, es decir, de trocear el territorio para favorecer unos determinados resultados al poner en práctica el sufragio. Por eso, precisamente, sería necesario respetar los distritos electorales preexistentes a esa Ley de Claridad. Más bien sería utilizar los argumentos de la autodeterminación o el derecho a decidir, profundizando en ellos, contra quienes los esgrimen hoy como banderas, del mismo modo que un buen judoka utiliza la fuerza y el peso de su oponente para vencer.

Si el resultado es un  territorio inviable la realidad se habrá impuesto al delirio de una patria preexistente. Pero si uno de esos territorios con aspiraciones independentistas quiere permanecer dentro de la Unión Europea tendrá que respetar, primero, las leyes de la Unión Europea. Incluida una ley que establezca, ya, las condiciones para votar esa independencia; sea en Córcega, Escocia, Flandes, La Padania, Euskadi o Cataluña. ¡Adelántese a los acontecimientos, Mariano! ¡Haga Europa! ¡Sus y a ello, que no son hilillos de plastilina!


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