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Cebras

Cebras

lunes 17 de septiembre de 2012, 19:16h
Sé que ustedes, como yo, sólo ven en la televisión los documentales de La Dos. Lo mejor, tras la comida, para mejor conciliar el sueño con la salmodia de su runrún. Precisamente ayer vi uno de cebras, ya saben, manadas de incontables seres a rayas escapando a la carrera del ataque del depredador. Por una fácil asociación, supongo, en la duermevela consiguiente soñé con rebaños de ricos escapando al galope del insaciable fisco. Y en cabeza, desbocado, Bernard Arnault.

¿Recuerdan? El presidente francés, Hollande, en campaña, prometió un impuesto del 75% para las rentas superiores al millón de euros, y ahora ha desempolvado esa promesa. Quiere imponer unos impuestos más altos a los que más tienen. Unas seis mil grandes fortunas francesas habrían establecido su residencia fiscal en Bélgica y Suiza, y en Londres vive más de un cuarto de millón de ciudadanos franceses, muchos atraídos por sus bajos impuestos. Se calcula entre 700 y 800 el número de franceses que abandona el país, cada año, por motivos fiscales. El fenómeno de la deslocalización física de las grandes fortunas francesas ha saltado a las páginas de actualidad por el caso de Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia y presidente del grupo de empresas del lujo LVMH, que ha solicitado la nacionalidad belga.

El pecado de la avaricia es tan antiguo como la propiedad privada, pero tiene pocos precedentes la obscena desvergüenza contemporánea con la que se sostiene el supuesto derecho de los más ricos a hurtarse de la solidaridad con sus conciudadanos menos afortunados. ¿Podrían esos potentados haber heredado, o amasado, sus millones sin las leyes que defienden la propiedad y la herencia, el estado de derecho y el mercado en el que han nacido y desarrollado sus actividades profesionales? Un país como Francia ha puesto a su disposición una mano de obra disciplinada y bien preparada. Y una población con una capacidad de consumo suficiente para suponer un mercado en el que vender, año tras año, los productos de lujo de LVMH.

Pero ahora, a Bernard Arnault, como a miles de adinerados compatriotas suyos, les parece que la balanza fiscal está descompensada; pagan demasiado por lo que reciben. Así que haciendo uso de su real soberanía, se autodeterminan y se largan. Para justificarse seguro que Arnault puede alegar algún agravio, como el calificativo de "idiota" que le ha endilgado el diario Liberation. Y si no, siempre podrá sentirse agraviado; seguro que no le tratan como él se merece, con un pacto fiscal a su medida.

Estas huidas en busca de mejores entornos fiscales suelen criticarse desde posiciones ideológicas, llamémoslas de "izquierdas". Seguro que en los documentales de La Dos ustedes han visto, como yo, a las cebras, atacadas por el león; se agrupan en grandes manadas y difuminan así su individualidad en la masa. Para ello sus rayas son fundamentales, pues confunden el ojo trastocando los perfiles con esas líneas de la piel en movimiento. Ahora he visto en televisión, en mi duermevela, a cientos de miles de ciudadanos manifestándose para pagar menos impuestos. Y además, felicitándose por ser buenos patriotas. Se envolvían, como las cebras, en barras y rayas, seguramente para confundir al feroz depredador fiscal. Pero producían el fenómeno, insólito, de engañar al ojo izquierdo mientras se guiñaba el derecho. Así, víctimas de esa ilusión óptica, personas que no dudan en situarse, ideológicamente, en lo que prefieren llamar "progresismo", aplauden la insolidaridad fiscal camuflada con las rayas del nacionalismo. Será por eso que la única manera de reducir el déficit es recortar gastos y no, como dicta el sentido común, aumentando los ingresos con más impuestos para los que más tienen; resulta que esos se declaran independientes y se van. Y encima con la nariz bien alta y agraviados.
 
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