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Un gran país que quiere desplomarse

Un gran país que quiere desplomarse

martes 25 de septiembre de 2012, 17:45h
Si mi olfato de viejo cronista político sirviese de algo, diría que Artur Mas se ha metido en un lío convocando unas elecciones que van a ser más un referéndum que otra cosa: ¿y si lo pierde, o lo gana por escasa mayoría? ¿Se atreverá el president de la Generalitat a insistir en su concepto independentista, palabra que, por cierto, no quiere ni pronunciar? Si mi experiencia de periodista con muchos caparazones -cuarenta y dos años aquí en la brecha, día tras día-contase, pensaría que lo que le he escuchado hace horas a Urkullu en un foro madrileño es un envite muy fuerte: ¿podrá lanzar un nuevo plan soberanista, para fracasar como Ibarretxe, por mucho que le moleste la comparación? Si mi cansada vista de mirón de lo que pasa no me engaña, creería que las manifestaciones de este día tremendo ya concluído, este 25-S, convirtiendo en casi rehenes a los parlamentarios, van a aprovechar muy poco a la 'marca España' y al bienestar de los que poblamos esta vieja piel de toro. Etcétera: nos despeñamos y lo hacemos encantados de habernos conocidos y de perecer por una causa que, por cierto, es la de casi nadie.

Quizá ocurra que llevo demasiado tiempo andando por los caminos de la información y he transitado por muchos parajes hostiles, pero creo no haber visto desde hace tiempo una jornada tan desapacible como este día otoñal de 2012. No, no fue un día cualquiera: las fuerzas políticas debaten sobre si conviene, o no -el PSOE dice que sí, aunque luego matice; el PP que no--, una reforma constitucional que los segundos preconizaban hace algunos años y los primeros, que ahora la proclaman, rechazaban hasta hace unos meses: ¿eran sinceros los unos, lo son ahora los otros?. Y sigo: los líderes de Andalucía, la mayor comunidad de España, desfilan por los juzgados. El presidente del Gobierno se va a hacer las américas, a defender la 'marca España', por cierto denostada, sobre todo, por cierto, en las américas (y digno de elogio me parece, también lo digo, el gesto de Rajoy: ya era hora). La capital del Reino amaneció tomada por los antidisturbios, mientras, desde una radio, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría aparentaba normalidad, que era lo que esos momentos convenía...

Este martes no fue, en suma, un día cualquiera, ni lo fue el lunes, ni hoy, ni, ay, lo será mañana. Dicen que una democracia ha de ser aburrida. Lo menos que se puede decir de la nuestra es que no lo es: puede que estemos ante el fascinante, tristísimo, espectáculo de un gran país empeñado en desplomarse. Y es que la desafección callejera hacia la clase política no se nota solamente en esos manifestantes que sabe Dios de dónde vienen, ni en las páginas malévolas que nos dedican esos periódicos anglosajones a los que ahora, al fin, nuestras máximas autoridades empiezan a cultivar. No: esa desafección parte de demasiados corazones y de multitud de cerebros que componen esa mayoría silenciosa que se harta de ver el espectáculo de pasividad, falta de ideas y rutina que se nos ofrece cada día.

Hay que insistir: en esta hora crucial, es de política, y no apenas de cifras macroeconómicas, de lo que hay que hablar. Y de nada sirve esconderse cada vez que una idea nueva -como la del Estado federal de Rubalcaba, tardíamente enunciada y mal desarrollada, pero idea nueva al fin-- asoma por la borda. Rajoy, cuando vuelva de NY, tiene que recibir urgentemente a Rubalcaba, con quien tanto habla por teléfono, y llegar con él a acuerdos muy serios. Entonces sí que no será un día cualquiera.

- Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

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