En los últimos cinco años han desaparecido más de 60 medios de
comunicación y 8.000 periodistas han perdido su trabajo en España. Hay muchos
más en la puerta de salida del mercado laboral, porque la crisis está poniendo
a las empresas periodísticas en graves dificultades. La solución ha pasado,
primero, por una reducción de los salarios de los profesionales, por la
precarización del trabajo, por retrasar el pago de las nóminas, por EREs y, en
muchos casos, por el cierre del medio, a veces sin indemnización o sin poder cobrarla.
Algunas empresas están haciendo enormes esfuerzos por mantener su plantilla
porque saben que reducirla es bajar el
nivel de calidad del medio. Y eso, al final, acaba mal.
El presidente de la Abogacía,
Carlos Carnicer repite siempre que
"sin abogados no hay libertad ni justicia". Sin periodistas, tampoco. Aunque
muchos crean que los nuevos medios de comunicación, principalmente internet,
van a acabar con la prensa escrita, hoy son los periódicos, y en menor medida
la radio y la televisión, con sus indudables errores, los que ostentan la
credibilidad, los que investigan, los que denuncian los escándalos y las
tropelías de políticos o empresarios, los que obligan a actuar a los jueces.
Sin una prensa libre y de calidad no hay libertad y seguramente tampoco puede
haber democracia porque los poderosos no encontrarían nadie que se enfrentara a
ellos.
Es cierto que la excesiva politización de los medios o la dependencia de
algunos respecto de determinados intereses, limita, en muchas ocasiones, ese
papel fundamental. Pero, al igual que no hay un sistema mejor que la democracia
imperfecta que tenemos, la calidad y pluralidad de la prensa garantizan el ejercicio
democrático de la libertad, la denuncia de sus violaciones y el control de los
poderes públicos. Esta sociedad necesita buenos profesores, buenos médicos,
buenos juristas, buenos políticos y buenos periodistas. Pero resulta que a los
profesores les han quitado su autoridad, los médicos están emigrando a otros
países, los juristas no pasan por su mejor momento, los políticos están en el
peor y los periodistas parecen una especie en extinción progresiva.
Sin esos periodistas que se juegan la vida en Siria, en Afganistán, en
Cuba o en muchos países de África, no conoceríamos nunca la realidad
-incompleta, insuficiente, tal vez parcial, pero real, imprescindible- de los
abusos de los poderosos y de las violaciones de derechos humanos. Sin los
profesionales que cubren las manifestaciones, tampoco conoceríamos los excesos
de unos y de otros. Sin la crítica, sin esos periodistas que investigan
negocios o fraudes, muchos asuntos no acabarían en los juzgados. La buena
información es muy cara. Sin buenos periodistas, en número suficiente y
razonablemente pagados, eso está en riesgo. Si el llamado cuarto poder se
hunde, perderemos todos. Si ustedes se encuentran mañana en su camino a un
periodista, párense y salúdenle efusivamente. Tal vez están asistiendo a la desaparición
de una especie que debería ser protegida. Por el bien de todos.
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