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Salvar el alma, pero perder la patria

miércoles 17 de octubre de 2012, 14:08h
La sesión de control al Gobierno de los miércoles es seguramente la más vistosa de la semana parlamentaria. Si los discursos fueran equiparables a las carreras atléticas, las preguntas de los miércoles son pruebas de velocidad. Hay poco tiempo para la estrategia: haces la pregunta, te responden, replicas y el ministro cierra. Dos minutos y medio para cada uno. Todo sucede muy rápido, ganas o pierdes el debate en un suspiro.

El miércoles, mientras mi compañero Francesc Vallés preguntaba al ministro Wert, se rompió el cronómetro; pero no solo el cronómetro. Algo más, relacionado con el tiempo, ocurrió en el Hemiciclo, pues el ministro de Educación, Cultura y Deporte fue transportado a un momento indeterminado del siglo XIX, el momento de la construcción de la moderna nación española.

Normalmente Wert no había llegado tan lejos en sus viajes al pasado, lo más a los años anteriores a la reforma educativa de Villar Palasí, de 1970. Pero al siglo XIX Wert no había llegado hasta el pasado miércoles.

El diputado Vallés preguntaba sobre unas declaraciones del propio Wert acerca de la relación entre la educación en Cataluña y el independentismo. El ministro le vino a contestar que él quería hacer lo mismo de lo que acusaba a los nacionalistas catalanes, pero en sentido contrario: usar el sistema educativo para españolizar a los niños catalanes. Desde mi escaño recordaba ese magnífico libro de Álvarez Junco titulado Mater Dolorosa, que habla precisamente de la construcción nacional española. En lugar de seguir el consejo de Maquiavelo, que decía que los patriotas debían preferir la salvación de la patria a la salvación de su alma, los nacionalistas españoles, con un comportamiento poco patriótico pero muy cristiano, decidieron salvar su alma y entregar un instrumento estratégico para la construcción nacional, como es el sistema educativo, a la Iglesia Católica.

Aprovechando que el jueves aprobábamos la integración de Croacia en la Unión Europea, los nacionalistas de la periferia vieron su oportunidad de reanudar el debate que el día anterior había abierto el nacionalista del centro. Uno de esos debates fue el que sostuvieron dos brillantes parlamentarios: mi buen amigo Jordi Xuclá, de CiU, y el ministro García-Margallo, el mejor orador del Gobierno. En un momento dado, Xuclá le recordó al ministro de Exteriores que ambos son demócratas cristianos. Escuchándolos resulta obvio que la Iglesia Católica cumplió solo una parte del encargo de los nacionalistas españoles del XIX, y se aplicó con más esmero a la formación de buenos católicos que a la formación de buenos españoles. Y ahora en el Hemiciclo hay catalanes y vascos que se sienten católicos pero no españoles. Desde mi escaño miraba la escena convencido de que, después de una vida que les deseo muy larga y feliz, Jordi Xuclá y García-Margallo se encontrarán en el cielo de los católicos. Pero no estoy tan seguro de con qué pasaporte nacional harán ese último viaje.

>> Vea el blog del diputado socialista José Andrés Torres Mora
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