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Y Artur Mas les merendó la cena

Y Artur Mas les merendó la cena

martes 06 de noviembre de 2012, 13:12h
El señor Artur Mas va camino de ganar su particular batalla sin arriesgarse en el combate. Por de pronto ha conseguido ya que los demás bailen al ritmo que les toca su banda radical y que la campaña se centre en los planes secesionistas que ha sacado de su chistera cuatribarrada. Me lo imagino sentado en su despacho del palacio de la Generalitat, tan feliz él, contemplando el maravilloso patio de los naranjos reflejándose en las vidrieras góticas del recinto. "Los muy estúpidos tenían todas las cartas que necesitaban para ganarme la partida y les he destrozado con un simple farol" - pensará satisfecho-.

El señor Artur Mas ha desfondado el bolsón de las reservas económicas que le quedaban a Cataluña, ha multiplicado la deuda pública de su comunidad, sigue sufragando con fondos que  no tiene las ensoñaciones fabuladas de sus compañeros independentistas y ha convertido el ejecutivo que preside en un recaudador voraz, que discrimina a los catalanes por el mero hecho de vivir en aquellas tierras. El señor Artur Mas ha sido incapaz de cuadrar los balances y como consecuencia de ello debe dinero a la mayoría de los acreedores. Los catalanes siempre presumieron de pagar puntualmente lo que debían y de cumplir con los compromisos firmados, pero Artur Mas se ha desmarcado de las viejas tradiciones de la burguesía catalana. Las consecuencias de tal fracaso son tan evidentes como el deterioro de las prestaciones sociales y de los servicios públicos en Cataluña. Por si no fueran suficientes las municiones que contra él tenía la oposición, ahí están los escándalos de la presunta financiación ilegal de Convergencia con fondos públicos: ¿recuerdan ustedes el caso del Palau o la imputación en otros procesos de veteranos dirigentes nacionalistas, servidores del muy honorable Jordi Pujol?

Un buen día, con dos años por delante de nuevos sufrimientos, el señor Artur Mas ideó una estrategia de agravios acumulados desde que el hombre pobló la tierra y se buscó un enemigo exterior al que culpar de todos los males. "España tiene la culpa" - sentenció Mas-. La representación de esta farsa sorprendió a la oposición y Mas les "merendó la cena". Los socialistas se lamían las heridas abiertas por Zapatero y deambulaban tristes, con su propia calavera en la mano, preguntándose como Hamlet aquello de "ser o no ser" soberanista. Una reflexión que no preocupa en absoluto a la mayoría de su electorado natural. Los comunistas de antaño, tan poderosos y fundamentales durante La Transición, discuten ahora si un obrero catalán tiene características diferenciadoras que le hacen distinto de un obrero gaditano de los Astilleros de San Fernando, lo que implicaría separar de la lucha final al proletariado catalán y enrolarlo en un presunto separatismo libertador. Debates ambos tan profundos que provocan la tradicional abstención masiva de los trabajadores en las elecciones autonómicas, agobiados como están con problemas inmediatos de supervivencia, que nada tienen que ver con las tribulaciones identitarias de la izquierda catalanista. 

El señor Artur Mas sueña con una mayoría absoluta que le permitiría embarcar a los catalanes en el furgón de cola de ese tren de vía estrecha en el que viajan los pueblos europeos más aislados y deprimidos. La oposición, castigada sin cenar por Artur Mas, contempla la expedición con los brazos caídos en el andén de la historia.
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