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Ni corazón ni memoria

Ni corazón ni memoria

sábado 10 de noviembre de 2012, 09:47h
Lamentablemente, estamos asistiendo a una oleada de suicidios ante la imposibilidad de pagar a los bancos.

Es tal el miedo de los políticos al suicidio que ahora espabilan y hasta puede que veamos la tan ansiada dación en pago en forma de legislación (mientras escribo viernes 9, en Asturias PP y PSOE votan en contra y UPayDance se abstiene: las rencillas politiqueras pueden más que el suicidio).

La culpa, mayormente de los financieros, se reparte con los acosadores del cobro que persiguen al moroso con verdadera saña: llaman a las cuatro de la madrugada exigiendo el pago, si el moroso sale a la calle lo acosan y si entra en un súper o en una cafetería, los pazguatos sin alma le abochornan con carteles humillantes.

Ahora PPSOE corren en pos del bálsamo de Fierabrás que maquille su ineptitud y esconda la realidad. Nuestros políticos son mediocres, cobardes y raramente están a la altura. Llevan escondiéndose de nosotros 35 años y creen que con una foto, dos titulares y media docena de twits encargados al becario ya cumplen. Lo peor es que el dolor, el descontento, la falta de oportunidades y el desespero crecen a ojos vistas: nueve suicidios diarios son, hoy, la principal causa de muerte de nuestra sociedad enferma. Los 1.500 españoles que emigran del país cada día por la misma causa somos el reflejo de un sistema político de mierda, con perdón.

Con un procedimiento político muy mejorable y una casta de 350 adocenados cuya labor, sinceramente, está fuera del tiempo (anacronía) y del espacio (anatopía), esta sociedad que los mira asombrada tiene poco que esperar: los que saben callan y esperan (banqueros), los que hablan (yo et alii) no saben y los que hacen (políticos) ni saben ni hablan. No queremos admitirlo pero la realidad es cada vez más inapelable: necesitamos un cambio desde la raíz en la estructura institucional de nuestro país. Yo empezaría procesando a los banqueros por inducción al suicidio, robo continuado y ocultación de su realidad financiera y no porque esto sea lo más importante, sino solamente porque es lo más urgente. No se trata de admirar a los islandeses, se trata de entender que su gesta fue clavar una pica tras la cual podemos empujar todos.

Dar a los bancos dinero de los contribuyentes mientras mantienen cuentas de resultados con millones en beneficios es un insulto: ir de ... y poner la cama. Muchos creemos que nuestros políticos -desde los marcadores electrónicos de Suárez hasta el vicario Registro de la Propiedad en Santa Pola de Rajoy, 60 millones de euros sin pegar un palo al agua: llevo 15 días esperando que Moncloa confirme el dato- tienen extrañas e impunes servidumbres dinerarias. Digo solo que tienen más agradecimiento al poder bancario que miedo a la soberanía de la ciudadanía.

Cada día nueve españoles se apean del mundo, tres de ellos por causa de la crisis. El país está reventado y estos politicastros que no los querrían ni en Malasia no se plantean que han hundido el país para dos generaciones. Mi hija mayor me preguntaba hace poco por qué ella y sus amigos no pueden votar si nosotros estamos jugando con sus futuros. Y tiene razón.

Hay soluciones. Ejemplo: muchas empresas en Estados Unidos están cambiando sus estructuras y procesos. Han llegado a la conclusión, sensata por demás, que la deslocalización fue una solución antigua y hoy la Responsabilidad Social de las corporaciones les obliga a ser ingeniosos y mantener los puestos de trabajo en su país de origen. Para ello han rediseñado plantas, procesos y estructuras hasta conseguir reducir "los costes" y hacer de la relocalización algo antirrentable en comparación: transporte y costes de producción en China (incluyendo costes asociados como control de la producción o desechados por calidad) acaban siendo mayores que "los otros costes" una vez repensados. El resultado es que hasta fabricar coches en USA ha vuelto a ser rentable. Lo mismo he visto en Colombia, en Chile y en México.

En España no hay empresas deslocalizadas que estén realizando un proceso semejante y es porque nuestros políticos mediocres, nuestros empresarios pésimamente preparados y nuestros traders codiciosos no tienen ni corazón para apiadarse de los más debilitados ni memoria para recordar que estamos aquí por sus actos.
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