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El hombre menos envidiado en el país de la envidia

El hombre menos envidiado en el país de la envidia

domingo 11 de noviembre de 2012, 13:58h
Menuda semanita la que le viene a Mariano Rajoy. O, mejor, la que nos viene a todos nosotros, que compartimos destino con quien me parece que es el hombre menos envidiado en este país nuestro, habitualmente tan envidioso, al menos según afirman los tópicos. No; yo, al menos, no le puedo envidiar a Rajoy el que tenga que afrontar, casi en solitario, una huelga general que sospecho que va a servir para poco aquí hacen falta, ay, suicidios para poner a todos de acuerdo en que hay que terminar con la iniquidad--. Ni le puedo envidiar que haya de enfrentarse, en este caso junto al Rey, a una 'cumbre' iberoamericana, la de Cádiz, que se va a ver desertada por algunos jefes de Estado latinoamericanos relevantes,  entre ellos, parece, una Cristina Fernández de Kirchner que tantas veces bate el récord de su propia impresentabilidad. Ni, desde luego, me parece en absoluto envidiable que haya de dirigirse, tras la 'cumbre' gaditana, a mitinear en el último fin de semana de la campaña catalana, que abre la recta finalísima a unas elecciones de las que tantas cosas, tantas haciendas y hasta puede que tantas existencias, dependen.

"Así está Rajoy, que adelgaza más cada día", según me comentaba una compañera encargada de seguir profesionalmente las andanzas del presidente del Gobierno. Debo confirmar que yo también, aunque no participe en seguimientos tan puntuales, he observado que la ordalía por la que está pasando deja huellas en el aparentemente impertérrito, lejano, flemático, Mariano Rajoy. Pero esa lástima que sin duda suscitan los sapos que cada día ha de tragar no contribuye a mejorar las pésimas cifras, solo empeoradas por el líder de la oposición, que el jefe del Ejecutivo cosecha en los sondeos en lo tocante a aceptación ciudadana de sus políticas.

A veces Rajoy da la impresión de ser uno de esos capitanes de bergantines azotados por la tormenta que se ataban al palo mayor para no ceder a la tentación de abandonar sus obligaciones en la cubierta azotada por los vientos y las olas. Pero, claro, esas ataduras pasivas, si no iban acompañadas de una labor eficaz de la tripulación y de las órdenes pertinentes del propio capitán, no evitaban la zozobra del buque. Y aquí, en ocasiones, da la impresión de que cada uno de los oficiales va a su propio ritmo, para no hablar ya de la simple marinería ni de los grumetes, que declaran la huelga mientras el capitán se queda ensimismado contemplando el batir de los mares y escuchando los alarmantes ruidos de las junturas del navío. Pienso que el capitán, por mucho que se empeñe en aparentar que la normalidad reina en el futuro del buque, ha de dialogar con sus oficiales, con los marineros que se cruzan de brazos en señal de protesta porque los cielos se muestran inclementes y hasta con aquellos que se preparan para lanzarse a los botes salvavidas abandonando el barco, separándose cuanto antes de él y de su hipotética zozobra. Habrá, hay, quien aconseje al capitán que impida por la fuerza los motines, pero eso es algo que, lo hemos visto en tantas películas, siempre acaba mal y en consejos de guerra.

Y así, entre los rayos y las centellas, con parte de la tripulación en desbandada, otra levantisca y otra en busca de improbables mejores refugios, con la posibilidad de encontrar apoyo en buques extranjeros cada vez más remota -la capitana de uno de esos buques se nos ha hecho pirata--, anda el capitán Rajoy, a quien solamente parece consolar la esperanza de que la tormenta cese...dentro de año y pico. Largo me lo fiáis, voto a bríos, podríamos decir quienes, en el puerto barrido por las lluvias y el frío, aguardamos, aún con cierta esperanza, que el buque, con provisiones para la ciudadanía, arribe con bien. ¿Se desatará el capitán del palo mayor, mandará desplegar velas, digan lo que digan los manuales sobre tormentas, y dará las órdenes oportunas para que todo acabe de la mejor manera? Imposible, ya digo, envidiar a ese hombre, al menos en estos momentos de angustia.

>> Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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