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De quién es la democracia

De quién es la democracia

martes 13 de noviembre de 2012, 14:04h
Todos exhiben "democracia". Cada uno "su" democracia. Como si fuera un predio propio. Como si fuera un producto de mercado, o de supermercado. Los constitucionalistas y los soberanistas. En el fragor de la pugna electoral catalana -que no es solo catalana- hay un forcejeo para arrebatar al otro esta mágica palabra, para legitimarse.
 
Y al mismo tiempo, se lanzan mutuamente a la cabeza la acusación de "antidemócrata". Saben que es el peor estigma que se le puede colgar para que sea despreciado por la opinión pública. No se pierde ocasión, pretexto ni burdas comparaciones. Vale todo, lamentablemente, para ganar votos.
 
¿Es más demócrata el que respeta el marco legal vigente, cuya principal referencia es la Constitución, o el que se remonta a las raíces de las normas apelando a la soberana "voluntad del pueblo"?  Este es, en el fondo, el planteamiento, más allá de las palabras más o menos hirientes y ofensivas que se emplean de cara a la galería, que suele aplaudir al más ingenioso, al más atrevido o al que más grita.
 
Por desgracia, en las campañas electorales pesan poco los razonamientos. La emotividad pasional suele predominar sobre el pensamiento serio y razonado. Las apelaciones a los sentimientos elementales -que pueden ser muy nobles- enardecen más fácilmente a las masas que los argumentos -no siempre certeros- coherentes y reposados. Por suerte, las masas no piensan; quienes piensan son las personas, que son las que votan.
 
Pero los entusiasmos, normalmente pasajeros, de las masas pueden condicionar a las personas decisivamente. Como lo hace la fuerza de los sentimientos elementales debidamente agitados o manipulados. El "yo" se impone al "nosotros", por ley de autodefensa o supervivencia.
 
Todos los nacionalismos, de cualquier color y ámbito, son propensos a este fenómeno. E intentan justificarse proclamándose demócratas, más que los que sienten o piensan distinto. También los constitucionalismos pueden ocultar o amparar sentimientos nacionalistas de otro nivel. Es la dialéctica instalada en el actual debate catalán.
 
Ante esto, una postura razonable conduce a pensar que el respeto a la legalidad, necesaria para la convivencia, no ha de impedir su posible modificación si es que realmente una voluntad popular expresada libre y limpiamente es mayoritaria. Mientras, la democracia se supone que está en el marco legal vigente, democráticamente refrendado. La democracia no puede ser un simple concepto etéreo ni una mera proclamación de voluntad, ni reside en gesticulaciones o manifestaciones populares por muy espectaculares o masivas que sean.
 
La democracia es de todos y de nadie en concreto -constitucionalistas o soberanistas-, pero toma forma y se concreta en normas jurídicas, que hay que respetar aún que puedan, o quizás deban, ser modificadas democráticamente. La democracia no es propiedad de nadie, ni es un caos. 
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