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The importance of being Decent

The importance of being Decent

martes 18 de diciembre de 2012, 13:41h
Oigo a un tipo al que se le pagan 15 millones de euros anuales, que es imposible para él ganar la liga. Cobra mil novecientas veces el salario mínimo.

Oigo a otro que llegó a la jefatura del gobierno jurando que no tocaría las pensiones, que no subiría el IVA y que no excusaría sus fallas como gobernante con la herencia, decir que hace todo lo contrario de lo que prometió por culpa de la herencia histórica de sus predecesores.

Leo un anuncio que dice, lo juro, "Bankia, empecemos por los principios: profesionalidad, integridad y compromiso".

Oigo a un tipo que está encarcelado por robo y estafa que lo que hay que hacer para salir de la crisis es trabajar más y cobrar menos.

Oigo a la hija de un sinvergüenza gritar "que se jodan" para celebrar la pérdida del subsidio de desempleo de los más desafortunados socialmente.

Oigo a un alto cargo decir con sorna que los madrileños abrazan los hospitales para demostrar el cariño que tienen por el sistema sanitario.

Oigo que el marido de una presidenta de CCAA ha comprado 120 viviendas en cinco edificios de la Comunidad de Madrid, inquilinos incluidos. Deduzco, pues, que los inquilinos, seres humanos en mi pobre concepción del mundo, son mercancía de compra y venta.

Oigo que esa misma presidenta de CCAA acaba de iniciar una campaña en su televisión particular para promover las bondades del delfín que ella ha decidido que debe sucederle porque ella quiere ser ministra y espera que el peor presidente de la historia de Europa la nombre pronto.

Oigo que comisionados del gobierno negocian con un mafioso oriental que tiene naves industriales cerca de Madrid repletas de dinero negro, posiblemente unos 5.000 millones de euros, su libertad a cambio del dinerito.

Oigo que un tipo para vender chopped a precio de jamón ibérico invoca al Quijote, a Velázquez y hasta a siete premios nobel mientras despide a 140 de los 192 trabajadores de su fábrica de Ólvega.

Oigo a un miembro del gobierno hablar de "toxicidad económica de los medicamentos" para justificar la exigencia a los médicos de que no receten medicamentos "caros".

Oigo a una ministra decir que le duele rebajar las pensiones de los ancianos y oigo seguidamente a un ministro decirle al presidente de Bankia que no se preocupe, que los 15.000 millones de euros que le faltan le llegarán puntualmente desde las arcas del estado.

Oigo a un sinvergüenza con nombre de actor de cuchufleta y con mando en plaza entre los empresarios madrileños decir que él era consejero de Bankia y que, como no sabe nada de finanzas, firmaba las cuentas tal como se las presentaban sin discutirlas ni entenderlas.

Oigo a un actor con nombre de jefe de cuchufleta de los empresarios madrileños que él no va a manifestaciones porque eso es cosa de pobres y, además, que los pobres son muy feos y él no se siente identificado porque ni es pobre ni es feo.

Oigo a un jefe de la oposición decir que, tras treinta años en primera línea política y habiendo sido miembro de un montón de gobiernos y siendo el cartel que se dio el más grande batacazo electoral de la historia de su partido, que no es momento de primarias.

Oigo a un señor que gana 14 millones de euros por hundir el que fuera principal grupo periodístico de la nación decir que despide a casi la mitad de su plantilla porque no tienen blog ni twitter y porque "se han acostumbrado a vivir muy bien y esto no puede seguir así."

Oigo a un diputado que iba con gorro de lana, gafas de sol y bufanda tapándole la cara mientras recogía un sobre escondido en una grieta, que es inocente.

Oigo a una ministra que una "persona en situación ilegal en nuestro país no tiene derecho a ser atendido por la sanidad".

Oigo a un imbécil que dice ser poeta, feminista y analista político, conocido por repartir yoyas a las féminas díscolas, que su "mujer no puede pasearse por Marruecos con minifalda ni aunque él le dé permiso".

En unos días, justo antes de la cena de navidad, un tipo al que ya no le queda credibilidad ni entre los duques y marqueses, saldrá en la tele a darnos consejos enlatados y llenos de moralina mientras él está matando elefantes o comiéndose alguna estarlette a escondidas de su mujer y con cargo a los impuestos de un país con 6 millones de parados y el futuro escapando a Alemania.

Y todos estos sinvergüenzas dicen de sí mismos que son personas decentes. Con dos cojones.
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