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Bueno, al menos nos queda el Apocalipsis maya

Bueno, al menos nos queda el Apocalipsis maya

miércoles 19 de diciembre de 2012, 13:03h
Dicen que mal de muchos es consuelo de tontos. Pero ¿cómo no sentir un cierto alivio, aquí y ahora, cuando el calendario maya parece que nos anuncia el Apocalipsis, el fin de lo conocido, para dentro de unas horas? Desde luego, no me encontrará usted, querido lector, entre los crédulos en estas cosas tan esotéricas, lógicamente desmentidas por eso que llaman 'comunidad científica', aunque a veces no sé si creer más en las profecías que, de cuando en cuando, ponen término a la humanidad -al menos, tal y como ahora es y la conocemos-, que en algunas chaladuras seudoinformadas de quienes se dicen expertos y que, sin embargo, de lo único que saben es de lo obvio.
 
No importa: resulta que la madre del asesino de Connecticut, Nancy Lanza, era una mujer obsesionada por garantizarse la supervivencia ante el riesgo de adiós total, venga de donde venga; y su liquidación vino de donde menos esperaba, del arma de su propio hijo. Nunca podemos sentirnos del todo tranquilos ante la posibilidad de que la patraña, maya u omeya, adquiera formas extrañas en cerebros demasiado débiles, demasiado enfermos, demasiado simples. Y, así, las reacciones pueden ser variadas: desde la violenta y desesperada hasta la nostálgica, la que se alegra de que su mal sea compartido por todos o la de quien busca el amparo de los demás en la hora postrera. Cuando el famoso modisto y notorio embaucador de futuribles Paco Rabanne pronosticó, hace más de una década, su fin del mundo particular -la fecha ya se ha cumplido sobradamente y nadie ha exigido responsabilidades al diseñador de modas-, mi hija pequeña, entonces de siete años y residente temporalmente en París, nos llamó a su madre y a mí llorando y, tras confesar que llevaba cuatro días sin dormir a causa de la angustia, suplicó: "por favor, quiero ir a Madrid, porque quiero pasar el fin del mundo con vosotros".
 
Lo que me inquieta no es que se acabe este mundo cruel -al fin y al cabo, uno vive ya preparado para lo que pueda acontecerle en cualquier momento--, sino que haya gente, atenazada por mil problemas cotidianos, algunos de los cuales afectan incluso a su supervivencia alimentaria, que encuentre una vía de escape en la fabulación organizada. Por mi parte, estoy casi seguro de que, salvo que me despidan o me caiga una maceta en la cabeza, volveré a estas páginas después del viernes, y el sábado, y el domingo, y... Soy un tipo racional, me digo, que desprecia estas cosas. Pero inmediatamente después me doy cuenta cabal de que, con la que está cayendo, yo también me he permitido el desliz de dedicar esta columna a la evasión de ese fin del mundo que no será, como si la tontería maya -que tampoco es maya, nos dicen los exégetas- fuera algo serio y digno de ocupar, amable lector, su reflexión; y es que uno a veces también se deja llevar por lo interesante, incluso a sabiendas de que eso siempre está peleado con lo verdaderamente importante.


>> Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>


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