viernes 11 de enero de 2013, 17:06h
Contemplas el panorama ciertamente desolador
de una España que se abre triste y desconfiada al siglo XXI y dan ganas
de escribir siempre la misma columna, de reclamar en este vergel de
inmoralidad política una pizca de honradez, un atisbo de seriedad, un
gesto de coherencia. Escribir una y otra vez la misma columna en nombre
de todos los ciudadanos que han dejado de creer en casi todo, que
contemplan, atónitos, cómo funciona un Congreso que ha hecho de su capa
el sayo con el cubrir sus intereses partidistas, un Senado que lleva
décadas devorando dinero de todos sin aportar absolutamente nada, una
Justicia que tarda años y más años en resolver casos escandalosos -eso
cuando nos prescriben en el camino-, unos sindicatos que viven de las
rentas (de las rentas de todos, por supuesto) y en los que no creen la
inmensa mayoría de los trabajadores y una patronal insaciable a la que
hundió para su desgracia un presidente que lo fue para vergüenza de
todos. Y a esto, súmense gobiernos autonómicos, provinciales y locales
con sus empresas públicas, sus falsos funcionarios paralelos, su boato
desmedido, su estúpido engreimiento.
Me gustaría decirme a mi mismo que exagero pero solo alcanzo a
obligarme a escribir el consabido "con excepciones". Pero pese a todo,
pese a que no dudo que las haya, generalizar, en este caso, no solo es
lícito sino incluso necesario porque la inmoralidad se ha hecho dueña
del sistema y la complicidad entre "ellos" es el pan nuestro de cada día
-ese pan que cada vez es más difícil de ganar para el resto- una
complicidad innecesaria en el silencio, en la no denuncia, en el mirar
hacia otro lado. Ahí está la raíz del problema: en la absoluta impunidad
en la que se mueven los partidos políticos y de la que son deudoras el
resto de unas instituciones y unos poderes que dependen de ellos, de su
voluntad cuando se reúnen y deciden en nombre de un pueblo soberano,
engañado y empobrecido.
Más de trescientos casos de corrupciones sobre la mesa; millones y
millones de euros que van y vienen de paraísos fiscales, nombres y
apellidos, yernísimos que ejercen, siglas de partidos, confesiones
desvergonzadas como las de Jorge Verstrynge al mando -dice en un
derroche de cinismo- de un equipo en Alianza Popular falsificando
facturas, condonaciones de deudas millonarias a los partidos por parte
de unos bancos que luego se apresuran a la hora de los desahucios y las
preferentes, políticos de segunda fila colocando a parientes y amigos,
sindicatos que se manifiestan por la mañana contra reformas laborales
que luego practican por la tarde con su propia gente.
¿Dónde va este país, el país en el que nunca pasa nada? ¿Dónde va
España si lo españoles ya ni somos capaces ya de cabrearnos ante tanto
desmán más allá de lo que dura un telediario? ¿Dónde va esta clase/casta
política que asiste imperturbable a la caída en picado de su crédito?
Ya no se trata de parecer la mujer del César; hemos llegado a un punto
en el que vale la concubina, la "bien pagá"; ya no pedimos gestos ni
formas porque nos han engañado mucho con sus muecas. Es necesario
recuperar la democracia porque ésta no puede ser, no es la democracia
que soñamos cuando entonces. En democracia no cabe tanta inmoralidad,
tanta desvergüenza y tanto sometimiento de todos a unas empresas que hoy
se cobijan bajo las siglas de partidos. Esta columna la debería
escribir una y otra vez, repetirla y repetirla aunque soy consciente de
su inutilidad; al menos mis hijos no me podrían echar en cara nunca que,
dedicándome a esto, guardé silencio o me vendí a unos o a otros.