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Hipoplasia democrática

Hipoplasia democrática

martes 12 de febrero de 2013, 13:35h
Es más que posible que  algunos  de nuestros principales males de hoy tengan su origen en una ceremonia que tiene  lugar el diez de octubre de 1846 en el Palacio Real de Madrid. Ese día, el mismo en el que cumple 16 años, la que ya es desde hace tres Isabel II gracias a los manejos que su padre Fernando VII y la sobrina y mujer de este, María Cristina, hacen de la "Ley Sálica" apoyados por el "espadones" de turno,  se casa con su primo hermano Francisco de Asís María Fernando de Borbón y Borbón - Dos Sicilias, hijo a su vez del hermano del difunto Rey y trece años mayor que ella. Un hombre que acepto cobrar una recompensa en doblones de oro por cada hijo que aceptara como suyo, y que fueron nada menos que doce, dada su incapacidad para tenerlos debido a la hipoplasia genital que padecía. Una enfermedad que impide que el órgano sexual se desarrolle de forma perfecta, y que aplicada a la política desde entonces permite ver como el actual sistema español padece de los mismos síntomas: órganos democráticos desarrollados de forma imperfecta que impiden que la función para la que fueron concebidos y puestos en marcha, la participación del pueblo a través de sus representantes elegidos en las urnas, permita alcanzar los objetivos plenos de libertad, justicia e igualdad.

Hace 167 años se trataba de cerrar el paso al aspirante Carlos María Isidro de Borbón, tío y cuñado de la regente,  por un lado, y al duque de Orleans que ya esperaba su momento en las sombras tal y como lo haría a lo largo de toda su vida,  mientras que la viuda del Rey que conspiró con Napoleon para suceder a su padre, tenía que doblegarse ante los dos hombres que manejaban el reino: el  general Espartero y el oportunista Olozaga, entre otras poderosos razones personales para que su matrimonio secreto con el sargento de la guardia real, Fernando Muñoz Sanchez, celebrado el 28 de diciembre de 1833, no saliera a la luz, pese a que el pueblo lo cantaba en coplillas callejeras.

Antes de verse obligada a marcharse al exilio, María Cristina consiguió que su hija se sentará en el trono de España, pero no pudo hacer lo mismo con Agustín, uno de los ocho hijos que tuvo con su apuesto sargento, para el que negoció un hipotético reino que habría salido de la unión de tres Repúblicas sudamericanas como eran Ecuador, Perú y Bolivia.

Instalados en París y antes de regresar a España de la mano de otro " espadón" como Narváez, los Muñoz - Borbón conseguirán títulos y sobre todo relaciones que el diligente, aplicado y laborioso Fernando convertirá en negocios con grandes beneficios: posesiones y casas- palacio en Madrid, Castilla y Asturias. También en París, Roma y Suiza. Sin olvidar un lucrativo transporte y venta de esclavos en Cuba. Una actividad que nos suena y mucho en estos tiempos de crisis, y que nos hace ver que las historias del "ladrillo" y sus necesarias relaciones con el poder político vienen de lejos.

 El ya duque de Riansares, entre otros títulos que le concederá su hijastra, se convertiría así en uno de esos personajes clave en la historia entre bastidores de la que esta llena nuestra España en los últimos doscientos años. Bien relacionado con dos familias de banqueros europeos como los Rosthchild y los Laffitte, tendrá en el marques  de Salamanca a uno de sus mejores aliados en la tarea de amasar una fortuna, mientras Isabel II, " la de los tristes destinos" que así la llamaría Pérez Galdos tras entrevistarse con ella poco antes de su muerte, hacia el mismo recorrido que su madre y se exiliaba en París para lograr de la mano de otro general como Martínez Campos, y de otro político como Cánovas del Castillo, que su hijo Alfonso se sentará en el trono de España para que todo volviera a empezar, desde la luchas cortesanas, a las conspiraciones  y a los asesinatos de estado, como el de Prim, tan de actualidad en estos días por los nuevos descubrimientos sobre la conjura que acabó con su vida y con las escasas posibilidades del reinado de Amadeo de Saboya y de la I República.

La enfermedad de Francisco de Asís parece que se contagió a las estructuras políticas españolas tras su casamiento y la penosa herencia dejada por su suegro Fernando VII. Cada vez que se intentaba dotar de modernidad europea a las cuestiones de estado y al gobierno de la nación, los órganos de tales funciones degeneraban o nacían deformes, en una espiral inacabable en la que parece que aún estamos presos. Si Isabel II tuvo que sufrir en su doble condición de mujer y de reina - niña, su hijo Alfonso afrontó las conspiraciones de su primer suegro y la muerte de su primera esposa mientras trataba de mantener a raya a los generales de turno, por un lado, y a las ambiciones y conchabeos de los políticos liberales y conservadores, por otro. Al tiempo, y para no perder las costumbres de sus antepasados, mantuvo hasta su muerte prematura una relación de amor y dos hijos con una de las divas de la ópera de finales del siglo XIX, la española Elena Sanz, a la que conoce en la Ópera de Viena a través del duque de Sesto, trece años mayor que el y que sería desterrada por María Cristina de Habsburgo cuando esta asumió la regencia al dar a luz a Alfonso XIII. Nada nuevo bajo el sol y así seguiría con exilios, "espadones", conspiraciones, en el convulso siglo XX  en el que los políticos fracasarán en todos sus intentos de modernizar y dotar a España de una normalidad institucional y democrática, con otra República por medio, otra larga Dictadura y una nueva " Restauración" que volvería a romper la continuidad dinastica, acompañado todo ello por las mismas relaciones conflictivas dentro de la Casa Real, los mismos problemas en las relaciones matrimoniales entre sus miembros, parecidos problemas económicos y usos del poder y la cercanía para los negocios. Y las mismas necesidades del pueblo llano, con los políticos enfangados en las mismas y viejas polémicas, ambiciones y pactos de los que llevan haciendo gala desde que aceptaron que las Constituciones y las promesas electorales existen para no ser cumplidas.
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