Suelo
desdeñar las tesis conspiracionistas en la política, convencido como estoy de
que lo casual suele primar sobre lo causal. Pero acontecimientos puntuales han
desmentido ocasionalmente mi visión bondadosa del mundo, convirtiéndola más
bien en una visión despistada a fuer de ingenua. Y, así, hay quien me dice que
todo lo que está ocurriendo estos días tiene como base una enorme conspiración
para cargarse a
Mariano Rajoy, y que los medios que investigan, la oposición
que clama y casi todos los demás que no están en el enredo no somos sino
comparsa de quienes sí lo están. No lo sé, ya digo que me cuesta aceptar el
maquivelismo por principio, aunque no sea más que porque las 'operaciones' que
se fraguan casi nunca llegan a buen fin.
Y
esta podría ser la cuestión ahora, cuando el 'caso Bárcenas' se llena de
interrogantes acerca de la autenticidad de los ya mundialmente célebres
documentos, y cuando el 'caso
Mato', tan puntualmente aparecido tras el de los
papeles del ex tesorero del PP, parece que se queda sin eso, sin caso. Matar a
Mato, como primer paso hacia rajar a Rajoy (el -mal-- juego de palabras no es
mío), no está resultando tan fácil, y sería la segunda vez que el hoy
presidente del Gobierno se libraría de una maniobra urdida para descabalgarle
del poder (la primera fue en aquel célebre congreso de los 'populares' en
Valencia, en 2008). He podido hablar con personas de las cercanías de la
ministra de Sanidad, y albergo, la verdad, serias dudas acerca de que se haya
visto voluntariamente involucrada en viajes, fiestas y confetis varios; quizá
haya razones políticas y de funcionamiento para pedirle que dimita (allá Rajoy:
creo que debería ir haciendo ya una remodelación bastante amplia de su elenco
ministerial), pero me parece que no las hay ni éticas ni estéticas, al menos
hasta donde uno, periodista al fin, ha podido averiguar.
Lo
de los 'papeles' de
Bárcenas me resulta aún más misterioso, y conste que en
ningún momento se me ha ocurrido cuestionar la pureza y profesionalidad de mis
compañeros investigadores de tales documentos. Declaro, de entrada, que
seguramente yo hubiera actuado como ellos de haber contado con la información
con la que ellos contaron; otra cosa es que, a estas alturas, no se me presente
la sospecha de que, acaso, pueda haber, junto a documentos auténticos, otros
que no lo sean tanto; y, al tiempo, me pregunto por qué no aparecen algunos
nombres que se echan en falta por el cargo que ocuparon bien en el PP, bien en
la antigua Alianza Popular. Pero ya digo: en este caso no soy sino un
observador con algunas briznas de información que, en el fondo, no son apenas
sino poco más que hipótesis.
Quien
supongo que sí tiene más información que yo es
Mariano Rajoy, que dijo, al
terminar la última reunión del comité ejecutivo de su partido, algo así como
"tranquilos, que ya sé de dónde viene todo esto". Debería explicarlo; dudo que
proceda de fuentes socialistas, por mucho que ahora la oposición haya
aprovechado la ocasión para pedir -con la boca chica- la dimisión del
presidente. Dudo aún más que pudiera tratarse de una 'inventona' periodística:
los periodistas podemos tener indicios o informaciones más o menos
contundentes, pero difícilmente maquinamos desde el vacío, aun cuando nos
sintamos comprometidos con algunas aventuras que nunca deberían ser de nuestra
incumbencia. Me parece que el presidente del Gobierno y del PP tendrá que
revelar, aunque no sea más que para defenderse, lo que sabe acerca de la
procedencia de tanto documento, de tanto informe de la unidad de delitos
fiscales de la Policía,
de tanta inadecuada filtración judicial.
Claro que no quiero exculpar a quienes se corrompen
y nos roban, faltaría más. Pero sí espero exactitud, rigor y veracidad en las
acusaciones que se lanzan contra unos u otros. Esa exactitud es la mejor manera
de luchar contra la corrupción, mientras que utilizarla para maniobras más o
menos de poder, para vendettas subterráneas o para favorecer intereses
personales no sirve más que para ventilar la basura, ensuciando a quien acaso
no lo merece. Lo menos que podemos pedir los ciudadanos es que las cosas nos
queden muy, muy claras, porque lo que no está claro es, inevitablemente,
oscuro. Usted ya me entiende.
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