miércoles 13 de marzo de 2013, 08:10h
Mientras
los cardenales eligen a un nuevo Papa, millones de católicos de todo el mundo
confían en que el próximo Sumo Pontífice solucione los acuciantes problemas que tiene la
Iglesia Católica en este siglo.
El nuevo
Papa hereda las llaves de San Pedro. En numerosas ocasiones se han utilizado esas
llaves para cerrar las puertas a los no creyentes y convertir la religión en
una fortaleza cerrada y dogmática. Hoy esas llaves han de utilizarse para todo
lo contrario, para abrir las puertas, para que vuelvan a llenarse tantas
iglesias vacías, para que la fe no sea
una condenación sino un consuelo, para que la esperanza no sea una utopía, sino
un impulso de entusiasmo.
Para ello se necesita un Papa con la
sabiduría de la experiencia y con el empuje de la juventud, que inspire
confianza y tenga poder de convocatoria. Un Papa firme ante los escándalos,
severo ante las injusticias, inmune a la
corrupción del poder y del dinero, y apasionado defensor de los más necesitados.
Un Papa con menos boato y más autenticidad, que tenga la valentía de alzar la
voz cuando los demás callan, que acoja con cariño a los pobres que no tienen
otro hogar que la fe. Un Papa tolerante que odie el fanatismo y calme a los fanáticos, que
sepa dialogar y que comprenda que si todos los caminos conducen a Roma, también
todas las verdades pueden llevarnos a Dios.
Tal vez muchos cristianos piensen que están
pidiendo un imposible. Pero para eso
está la fe, para mover montañas y esperar que de este cónclave salga un Papa
tan extraordinario como un mirlo blanco.