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Los vascos argentinos y el Papa

Los vascos argentinos y el Papa

viernes 12 de abril de 2013, 16:21h
Estuve hace unos días con el ministro del interior, Jorge Fernández. Me contó su viaje a Roma como consecuencia de la entronización del Papa Francisco. Me narró la llamada de éste al Prepósito General de la Compañía de Jesús y me comentó que el Papa tenía que viajar a Ávila a alguna conmemoración de Santa Teresa. Le dije que seguramente pasaría por Loiola y Xabier con más tiempo que Juan Pablo II. Y siempre que me ve Fernández me recuerda la deuda que hay con Ildefonso Moriones, profesor de Historia Eclesiástica, que editó un librito en 1976 titulado "Euzkadi y el Vaticano" sobre la historia de una viaje de diputados y burukides del PNV a Roma en tiempos de la República.

Monseñor Pizzardo era subsecretario de Estado en Enero de 1936, cuando con burukides del EBB el Grupo parlamentario vasco hizo visita al Vaticano. Pretendían los diputados vascos realizar una labor de paz espiritual y de concordia ciudadana, aprovechando su condición de católicos y sus excelentes relaciones con los restantes grupos democráticos peninsulares. Entendían que las diferencias podían ser resueltas por el diálogo y la comprensión. Iba a ser aprobado el Estatuto de Autonomía política, que dotaba a los vascos de una situación, desde la cual podrían influir poderosamente en la búsqueda de la paz civil. Había por otra parte problemas eclesiásticos pendientes: los nombres vascos en el bautismo daban lugar a penosas incidencias; la predicación en euskera era tomada como actitud política; la designación de los obispos no tenía en cuenta la norma de la Iglesia, según la cual, los prelados deben conocer el idioma de sus congregaciones. Renunciado por la República el derecho de presentación, el nombramiento de los obispos dependía solamente del Vaticano, que era donde había que plantear el problema. A todo esto fueron a Roma aquellos diputados. Previamente fue anunciada la visita y obtenido el placet para la audiencia.Cuando los diputados llegaron a Roma, habíase disuelto el Parlamento de la República y estaban convocadas las elecciones a diputados. En la Subsecretaría de Estado, monseñor Pizzardo, el subsecretario, comenzó por pedir que tan numerosa comisión fuera reducida a tres miembros, a los que recibió. Antes de que los diputados pudieran desarrollar los temas que les llevaban al Vaticano, monseñor Pizzardo les espetó a la cara la siguiente oración: "En España han sido convocadas elecciones generales. En ellas luchan de una parte Cristo, de la otra Luzbel. Los católicos se han unido todos para luchar juntos en una sola candidatura. Los únicos católicos que se niegan a unirse con los restantes son los vascos. Si ustedes no firman una carta comprometiéndose a luchar en las elecciones con los restantes católicos, ni el Santo Padre ni el cardenal secretario de Estado les recibirán. Para la Iglesia, hoy, el problema mayor es el de ganar las elecciones convocadas".

Los diputados se quedaron estupefactos. Contestaron a monseñor que ellos no habían acudido al Vaticano a recibir consignas electorales; que si la Iglesia jugaba la carta electoral podía ganarla o perderla; pedían que se midiera la responsabilidad y contingencias que pudieran sobrevenir si se daba esta última solución, añadiendo que lo regular era que las izquierdas obtuvieran las mayorías en las capitales y en las provincias del Sur de Madrid, Cataluña y Asturias, sumando en total dos terceras partes de los puestos de la Cámara. No lograron impresionar a monseñor, ni fueron recibidos por el secretario de Estado, cardenal Paccelli, ni por el Papa, Pío XI a la sazón. Ignoramos la parte que el secretario de Estado y el Pontífice pudieran tomar en la actitud de monseñor Pizzardo. 

Aquella espina histórica quedó clavada y en 1988 Joseba Zubia, Emilio Olabarría, Ignacio Echeverría y quien esto escribe quisimos repetir la experiencia que una vez más resultó fallida. Conseguida la audiencia con Juan Pablo II una larga mano de la embajada la malogró.

Ante la elección del nuevo Papa he querido saber si Monseñor Bergoglio había tenido alguna relación con la colectividad vasca en Argentina. El Centro Laurak Bat de Buenos Aires me remitió esta nota:

"Recordamos con cariño cómo el año pasado en la celebración de la fiesta de San Ignacio de Loiola, santo patrono de nuestro Centro y entre los actos conmemorativos de los 135 años de su fundación, iniciamos los festejos con una misa que se llevó a cabo en la iglesia de San Ignacio, la más antigua de la ciudad de Buenos Aires, que cumplía también 300 años. 

La misma fue oficiada por el entonces arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio. En su homilía evocó la personalidad de quien fuera fundador de la Compañía de Jesús a la cual él pertenecía. Tuvo también palabras de reconocimiento y afecto para con nuestra institución y la colectividad vasca. 

En la ceremonia hicieron guardia de honor nuestros dantzaris, con la bandera argentina y la ikurriña y al final de la misma bailaron un aurresku en el templo en honor de nuestro patrono. El cardenal Bergoglio saludó cordialmente en el atrio a la numerosa concurrencia y con la sencillez que lo caracteriza se retiró calladamente.

Por otro lado cabe destacar que actualmente tenía a su lado en el Arzobispado de Buenos Aires como vicario general y uno de sus más directos colaboradores a Mons. Joaquín Mariano Sukunza, un vasco nacido en Pamplona, quien pasó gran parte de sus años de niñez y juventud en nuestra casa, el Laurak Bat, compartiendo nuestra cultura y tradiciones".
 Seguramente a Jorge Bergoglio le hubiera gustado llamarse como Papa Ignacio, no en vano es jesuita, pero la Compañía de Jesús es todavía un hueso duro de roer en algunas instancias y ha elegido Francisco. Veremos lo que dice cuando visite Loiola. Ojalá le haga caso a lo que le ha dicho Jon Sobrino.
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