lunes 15 de abril de 2013, 10:18h
Vive España momentos convulsivos que provocan
distancia, desconfianza y hartura entre la actividad política y la realidad
social. Es cierto que padecemos una crisis socioeconómica que, agravada por
faltas de previsión y errores de un Gobierno anterior, no es un hecho aislado
sino condicionado por circunstancias internacionales, especialmente europeas,
cuyas repercusiones en otros países son, a veces, más severas que entre
nosotros. En la actualidad hay problemas en Grecia, Portugal, Chipre y, en otro
nivel, en Italia y en Francia que no nos pueden servir de consuelo pero sí de
referencia. Pero lo que oscurece nuestra situación es que, además de las
repercusiones sociales de la crisis, vivimos una apariencia de crisis institucional
no relacionada directamente con la actividad económica, aunque acrecentada por
los malos humores y el malestar que la precariedad económica provoca. Es como
si por debajo de los disgustos originados por el paro, los reajustes salariales
y los reajustes impositivos, se detectasen movimientos sísmicos en el sistema
de convivencia cuya estabilidad es la base fundamental para hacer frente eficazmente
a dicha crisis. Por ello es conveniente saber donde reside el epicentro de la
crisis institucional, para tomar las precauciones proporcionadas a su
intensidad y peligrosidad. Es muy fácil dispersar la atención en una suma de
corrupciones, incompetencias o tropezones atribuibles a individuos o colectivos
relacionados en diferente grado con los asuntos públicos. Pero hay algo más que
una crónica de sucesos lamentables. El epicentro no está disperso en los casos
que afloran a la superficie sino en la profundidad del seísmo.
La clave
profunda es una falla en el funcionamiento de los partidos políticos con capacidad
de gobierno alternativo. En España, una vez que funcionó el mecanismo de la
Transición, con la meritoria colaboración circunstancial de UCD, se configuró
un bipartidismo al servicio del Estado, en torno al Partido Popular y al
Partido Socialista que ha servido para que España siga siendo España durante
más de siete lustros. El problema actual es que una de esas piezas principales,
el PSOE, ha dejado de funcionar eficazmente como pilar del Estado y la otra, el
PP, sin aliento dialéctico y abotargado por la confianza en su mayoría absoluta
y la falta de contraste con una oposición crítica, valiosa y operativa, a la
vez que coadyuvante en defensa de la esencia del interés general, se ha
convertido en una administración indecisa y grisácea. Ambas fuerzas han perdido
atractivo y, según la demoscopia, votos, sin que esos votos perdidos vayan
hacia ningún refugio con posibilidades de gobierno unitario. Los dos pilares
del pacto constitucional, como las dos columnas de Hércules del escudo, han
adelgazado, aunque una siga llamándose "Plus" por su mayoría parlamentaria y la
otra "Ultra" porque solo en un más allá indefinido se divisa como relevo.
Todos los
demás problemas tendrían arreglo si ambos partidos fuesen capaces de coincidir
en el interés general de España sin renunciar a las diferencias ideológicas que
los caracterizan como fuerzas contrapuestas. Ni la trasparencia de la Corona,
ni las reformas constitucionales, ni la coherencia territorial, ni los desafíos
nacionalistas, ni la unidad de mercado, ni la independencia de la Justicia, por
citar algunos asuntos en candelero, serían inabordables si existiese una
convergencia esencial y, con ella, se recuperase el apoyo social siempre
dispuesto a favorecer propuestas razonables. Lo que no es viable es dejarse deslizar
hacia payasadas a la italiana, hacia feudos regionales sin control, a
contemporizar con soberanismos oportunistas, a darse el brazo con radicalismos
callejeros y a olvidar la misión estabilizadora que encomendaron las urnas a
sus representes más numerosos. En estas fechas en que algunos parecen añorar el
fracaso republicano, convendría que reflexionasen como aquel fracaso fue
impulsado por la deriva de un socialismo que olvidó su compromiso de Estado
sumándose a disturbios revolucionarios anticonstitucionales, fusionando sus
juventudes con el PC y relegando a sus dirigentes moderados a la sombra del
apodado "Lenin español". Como ahora, por suerte, desmedradamente, pero
simbólicamente lejos de la estabilidad constitucional, de la socialdemocracia
moderna y de una alternativa verosímil de gobierno, y comprensivos con el
anarquismo hoy denominado antisistema, algunos parecen infectados por el pus de
un viejo frente popular enquistado hace más de ochenta años. A la espera de un
nuevo liderazgo, que los salve del viaje hacia la nada, el socialismo
desorientado es cómplice de esos movimientos, de pocos grados en la escala de Richter,
que pasean con aquella bandera de la III Regresión, con su tenebrosa franja
morada, pigmentada con desorden, sangre y miseria. El desequilibrio de los
grandes partidos y el bajo tono del discurso común es donde se reflejan los
ecos de un viejo y febril epicentro y no en la arquitectura constitucional de
un Estado, tan válida ayer como hoy y como mañana.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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