viernes 26 de abril de 2013, 08:00h
En el debate existente en España
sobre la conveniencia de reformar el sistema político basado en la Constitución
de 1978 existen varias líneas de fractura. Una primera se da entre quienes
consideran que es necesaria una reforma política digna de tal nombre y quienes
no la consideran necesaria, planteando únicamente tímidos retoques que no
significan un cambio sustantivo.
No creo necesario repasar ahora los
argumentos de unos y otros; simplemente diré que ante esa línea de ruptura me
coloco del lado de quienes consideramos que ya va siendo hora de una reforma
del sistema político. Ahora me interesa más examinar las otras disyuntivas que
parecen en cuanto al sentido, la dirección, de esa reforma política.
En el campo de quienes somos
partidarios de una reforma se plantea otra línea de ruptura entre quienes
piensan que tal reforma debe conducir a la superación de la democracia
representativa, sustituyéndola por algún tipo de democracia directa o
asamblearia, y quienes pensamos que la democracia representativa sigue siendo
la base fundamental para adoptar decisiones colectivas en países con millones
de habitantes, pero que hay que complementarla con influjos de democracia
directa para dotarle de vida y evitar su anquilosamiento.
A partir de esta diferencia, luego
pueden examinarse otras disyuntivas en cuanto a cada uno de los elementos del
sistema político. Una línea de ruptura importante a este respecto es la que
refiere al sistema electoral y su encaje con la estructura parlamentaria. En
España, muchos de los partidarios de aflojar el nudo de la fórmula D´Hondt se
lanzan sin más a la piscina del sistema proporcional neto. Lo adelanto: soy
partidario de lo primero pero no de lo segundo. Para entender a fondo los efectos
del sistema proporcional hay que relacionarlo con la forma del sistema
político: no es lo mismo un sistema presidencial que uno parlamentario a la
hora de elegir el sistema electoral proporcional.
En el contexto del régimen
parlamentario el funcionamiento del sistema proporcional estricto puede dar
resultados indeseados. Tenemos un ejemplo muy cercano: el caso italiano. Un
país que tiene como uno de sus mayores lastres las permanentes crisis políticas
y de gobierno. ¿Cómo puede ser posible, se preguntan los italianos, que después
de un año de esfuerzos, ahora Enrico Letta diga que va a tratar de formar
gobierno con reticencias? No hay que darle muchas vueltas: el fraccionamiento
político del parlamento le coloca en esa
difícil tesitura. Y la consecuencia es y será el tremendo lastre de la
inestabilidad política.
Me pregunto entonces si será posible
que en España seamos capaces de entender las lecciones que se desprenden del
caso italiano. Mi juicio es que el deseo de reforma política, la búsqueda de la
superación del sistema D´Hondt estricto, no debe conducirnos al extremo opuesto
de jugarnos sin más a la fórmula proporcional neta dentro de un sistema
parlamentario. Es necesario meditar con rigor como resolver esa relación de la
manera más sensata posible, buscando articulaciones que eviten la injusticia en
el sistema electoral pero también la inestabilidad política y de gobierno. Como
dice el adagio, hay que evitar saltar de la sartén para caer directamente en el
fuego.