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Don Tres por Ciento

Don Tres por Ciento

martes 30 de abril de 2013, 07:46h
Rajoy y los compañeros mártires de la Europa deprimida y endeudada han convertido en verdad absoluta a don Tres por Ciento. Con esa cifra totémica se ha fundido un becerro de oro y todos nosotros bailamos frente a la efigie del control del déficit. A nuestro pesar, sin entender muy bien lo que está pasando, participamos en ese aquelarre de austeridad y miserias, tan perplejos y humillados como aquellas parejas norteamericanas que se apuntaban a la danza de los malditos en plena recesión económica. Mientras nos agitamos al ritmo que nos tocan, contemplamos el desnudo decrepito de las brujas oficiantes, alucinadas con el bebedizo de la cabalística macroeconómica. Indefensos, muertos en realidad de miedo, miramos de reojo la estatua sacramentada de don Tres por Ciento, cuya furia incremente no se apacigua nunca.

Quién fue el creador de ese monstruo llamado Tres por Ciento, en que templo sacrílego se alumbró una criatura semejante, cuándo aconteció tal desgracia desesperante, quien se cuidó de alimentarle y en qué día desdichado se adueñó de la voluntad de los gobernantes europeos y del destino de tantos millones de personas. Nadie se podía imaginar en 1.986, cuando los españoles ingresamos felizmente en la Comunidad Europea, que terminaríamos esclavos de un porcentaje diabólico. En aquellos tiempos luminosos se respetaba la voz de los países menos desarrollados y Europa se concebía como una entidad participativa y solidaria. Las instituciones repartían fondos estructurales para equiparar socialmente a los pueblos libremente asociados y el bienestar de los ciudadanos era un objetivo asumido por todos.

Ocurrió entonces que se desintegró la Unión Soviética y el capitalismo multinacional se alivió de su referente contrario. En el barbecho resultante crecieron las teorías ultraliberales importadas por los conservadores británicos y diseminadas después por sus colegas ideológicos. Una euforia indeseable se apoderó de los dirigentes comunitarios y todo lo imaginable les parecía posible. Atropelladamente, sin vocación integradora alguna, se procedió a una ampliación artificial de la Comunidad, estrategia ruinosa que se culminó con una unificación monetaria precipitada e incompleta. Ambas iniciativas no se acompañaron de los instrumentos políticos y financieros que reclamaba un proceso tan ambicioso. Un error fatal que ahora pagamos los asociados con economías más endebles.
En la Europa de hoy manda la vetusta doctrina calvinista del individualismo feroz y la santificación del beneficio, la acumulación dineraria, la usura y el enriquecimiento personal, considerándose pamplinas todo lo que no sea liberalismo mercantil y la libre competencia de los mercados. Alemania y sus países satélites, incluida la Gran Bretaña, se han juramentado para erradicar el déficit público en las economías colonizadas y para ello parecen dispuestas a sacrificarnos en el altar del Tres por Ciento.
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